lunes, 22 de febrero de 2021

Sufrir pasa...

Cuando ya no se ve nada, hay que ser fiel a lo que se vio en otros momentos”, dice Mamerto Menapace. “De noche se camina de memoria”, me dijo un amigo. En los momentos de crisis, de dolor, de sufrimiento, donde todo se hace difícil, se ven los frutos de lo sembrado tiempo antes.

El momento más difícil y doloroso de mi vida fue la muerte de Mari. Y el de Ella también. Sin embargo, con tiempo y distancia, mirando para atrás, me llama la atención cómo pudimos vivir aquella etapa. Mi fortaleza, debo reconocer, brotaba de la paz que Ella me contagiaba. Si Ella, que al fin y al cabo era la que se estaba muriendo, lo vivía así… ¿por qué yo debería haberlo encarado de otro modo? Y, en realidad, aunque de otra manera, yo también estaba muriendo un poco con Ella.

Releyendo cartas, reviviendo recuerdos, siempre supe de dónde salió esa actitud ante la vida que tuvimos en el momento que irrumpió la muerte: vino de Dios. Pero no solamente en el “hoy” (de aquel entonces) sino en el hacerse presente de toda una vida con Dios y en Dios. Con errores, flaquezas, momentos no tan intensos, discontinuidades, pero siempre con Dios y en Dios. Y en estos días encontré una confirmación más de esa intuición. Les cuento…

Estamos en Cuaresma y me propuse, firmemente, perseverar en tres “prácticas” que me vienen cambiando la vida. Tres “prácticas” –insisto con las comillas- que no son nuevas en mi vida pero nunca las llevé adelante a la vez y de manera sostenida. Lo vengo haciendo este año, como puedo, y me prometí hacerlo con más fuerza en estos cuarenta días. Son la Lectio Divina a la mañana (rumiar la Palabra de Dios con las lecturas del día), la Misa diaria a la tarde (la virtualidad ayuda muchísimo) y la Pausa Ignaciana (también llamado examen del día) a la noche. Antes de la Lectio, y mientras preparo el mate, escucho algunas canciones religiosas que también me ayudan a rezar. Y decidí sumarle a todo eso, pero sin compromiso cotidiano, una lectura espiritual. ¿Con qué empezar? No lo dudé. “Sufrir pasa” de Mamerto Menapace.

A lo largo de mi vida lo leí varias veces pero en los últimos años no recuerdo haberlo hecho. Y empecé el Miércoles de Ceniza, con un capítulo breve por día. Grande fue mi sorpresa al encontrarme, días después, varias páginas adelante, con unos números muy conocidos (porque no solo puedo reconocer la letra de Ella sino que, creo, todo lo que me lleve a Su Presencia). Fui pasando varias hojas más y descubrí lo que había hecho: siendo que el libro está estructurado en semanas, le puso la fecha para iniciar la lectura a cada una de esas separatas. ¿Qué año? 2001.

Hoy no tengo dudas que haber leído ese libro hace 20 años, y rezar sobre el sufrimiento del justo, el dolor, el camino de la Cruz que nos lleva a la Resurrección, y tantas otras reflexiones, le permitió –como algo más entre tantas otras cosas- vivir Su Pascua de la manera en que la vivió. Y a mí también. Porque eso que está sembrado en nosotros en algún momento da sus frutos. Y en los momentos de oscuridad, cuando no podemos ver con claridad, tenemos que ser fieles a lo que hemos visto y oído en otros momentos. Como hizo Ella. Como me pasa a mí. Y por eso seguimos sembrando.




Anexo

Cuaresma. Tiempo litúrgico de preparación para la Pascua. Son 40 días que van desde el Miércoles de Ceniza hasta el Domingo de Ramos, donde comienza la Semana Santa. Todo aquel que tuvo catequesis alguna vez lo sabe… pero no alcanza con saberlo. Lo lindo es preguntarse cómo la vivimos y, mejor aún, poder responderlo en concreto, en la praxis cotidiana.

Históricamente la Iglesia propuso tres prácticas vivir la Cuaresma: Ayuno, Limosna y Oración. Con el tiempo se fue resignificando, o encontrándole el verdadero sentido, a estas propuestas para el camino de preparación. No voy a entrar en detalles pero, si les interesa, el Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma es bastante claro al respecto.

Mi oración cuaresmal...

jueves, 18 de febrero de 2021

Un 18 de febrero de 2018...

El 18 de febrero de 2018 cumplimos 20 años de novios con Mari. Nunca imaginé en aquel momento que sería el último juntos. Quizás la importancia que le dimos, las cartas, los cartelitos, cómo lo vivieron Lu y Nico, me lleva a pensar que lo intuíamos. De manera inconsciente, tal vez. Pero no lo sabíamos. Hoy, 3 años después, es un lindo recuerdo más que se suma a esa colección de momentos felices que vivimos como pareja y, también, como familia.

De los cuarenta “18 de febrero” que viví en mi vida, la mitad –exacta- los pasé con Ella. Aquel día de 1998 teníamos 15 (Ella) y 17 (yo). En nuestro décimo aniversario de casados (julio de 2014, con 32 y 34) ya llevábamos más tiempo como pareja que sin serlo. Y creíamos que así seguiría para siempre… pero no. Ahora todo se invierte. Lo que considerábamos irreversible ya no lo es; más bien todo lo contrario. Y pensar que soñábamos envejecer juntos…

¿Qué nos queda de aquel último aniversario de novios –el 20º- que celebramos juntos por estos lados? Que, a pesar de todos nuestros errores, todas nuestras fallas, dejamos sembrado el amor en nuestros hijos. Lo escribo y asoman lágrimas por mis ojos. Releo la carta que ellos nos dieron hace 3 años y ya no puedo contener el llanto. "Que sigan muchos años más", nos deseaban. Y sí. Porque, como siempre digo citando canciones de Abel Pintos, “sé que seguiremos juntos a través del tiempo” porque es un amor “sin principio ni final”.


Fotos de 18/02/2018

Aniversario de Novios (Lugares)

¿Por qué celebramos aniversarios? Es una manera de recordar, y hacer presente, una fecha importante. En nuestro caso, con Mari, el 18 de febrero siempre fue el día que “nos pusimos de novios” y “nos besamos por primera vez” (porque, como bien sabemos, no siempre coincide).

Como novios lo festejamos 6 veces y como esposos 14; sin Ella por estos lados, 3.

Hoy, a través de algunas fotos, de la era pre-digital, quiero recordar los lugares donde fuimos para esa fecha tan especial y simbólica.

Lo primero que recuerdo, en realidad, es que solíamos encontrarnos el 17 a la noche para empezar juntos el día. Al vivir en casas separadas, hasta que nos casamos, esas juntadas se extendían apenas un rato después de medianoche. Además, teníamos que dormir para irnos temprano el 18 mismo a pasar el día algún lado. Varias veces decidimos encontrarnos primero en Martín Fierro y Virgilio, lugar del primer beso, para después partir hacia nuestro destino.

En 1999, primer aniversario, cuando todavía no teníamos auto, nos fuimos en micro a Luján. Volvimos en 2001 y 2002, pero ya con vehículo propio. Siempre nos llevábamos equipo de mate, música, pan y fiambre, unas lonas, y torta con vela del número que indicaba la cantidad de años juntos. En el 2000 hicimos lo mismo pero en el Parque General Paz. En 2003, en cambio, nos fuimos a la Costanera… ¡y estuvimos pescando!

¿Dónde celebramos en el 2004, último aniversario de novios antes de casarnos? No lo recuerdo. Intento rastrear la información en agendas, diarios, fotos, pero no lo encuentro. Ella seguro lo sabe pero, lamentablemente, no puedo preguntarle. O sí, y quizás me responda en unas horas, o en unos días.

Ya como esposos seguimos recordando la fecha. Inclusive volvimos a Luján, con Lu y Nico. En el 2018 lo pasamos en casa y fuimos homenajeados por nuestros hijos con desayuno en la cama y cartelitos. No sabíamos que sería el último pero es lindo saber que hoy estoy en ese mismo lugar, recordando tantos momentos felices compartidos. Porque el que se arriesga a amar se compromete a sufrir… ¡pero sufrir por amor vale la pena!







Un 18 de febrero de 1998...

Hoy es miércoles 18 de febrero de 1998 y me encuentro, una vez más, en un tren a punto de salir de la estación de Moreno. Mariela está sentada en un asiento frente a mí, en diagonal. La miro. Me mira. Nos miramos. Nos sonreímos.

            Estamos volviendo de la quinta de mis viejos. Ayer vinieron los pibes de JuvenCor a pasar el día. Éramos doce. Los de siempre y algunos más, inclusive Luciano. Franco no pudo venir porque rendía Psicología, y ahora estamos yendo hacia el colegio para ver cómo le fue. Yo estaba en la quinta desde el día anterior y Mariela fue quien los trajo, gracias a mis indicaciones. Es más, recuerdo que mientras explicaba cómo llegar, días atrás, Ella y yo estábamos peleados, enojados, y me miraba con mucha atención sin dejar de demostrarme que le tenía que pedir perdón por algo que yo no terminaba de entender. Eso sucedió el domingo, después de misa.

            Durante todo el martes estuvimos haciendo deportes, pileteando, guitarreando, y mucha charla en grupitos. Pao, nuestra amiga, estuvo jugando a la perfección su papel de celestina y parecía que todo estaba dado para dar el gran paso anoche.

            Después de cenar nos pusimos a ver el VHS de Unen canto con humor de Les Luthiers. Todos riendo a carcajadas. Ella se me sentó al lado y me acariciaba la pierna con sus pies por debajo de la mesa. Se moría de sueño pero hacía lo imposible por resistir para que podamos apartarnos a solas y... yo la embarré. Sin darme cuenta. Quise hacer un chiste, Mariela lo interpretó mal, pensó que la estaba echando y se fue a dormir. Yo, por mi parte, me quedé toda la noche despierto.

            Hoy a la mañana, sin saber cómo ni porqué, nos encontramos desayunando solos, Ella y yo, en el comedor. En un momento ingresó una de las pibas que venía del parque y, al vernos, salió rajando como si hubiera visto un fantasma. Sucede que afuera había mucha expectativa por lo que podía pasar adentro. Estaban a nada de levantar apuestas. Y yo, que deseaba un primer beso mágico, inolvidable, desarmé la escena y pospuse –una vez más- lo que creía inevitable.

            Estamos por llegar a Liniers. Todo el viaje fue un intercambio de miradas cómplices y tímidas sonrisas que insinuaban mucho. No podíamos dejar de hacer conexión visual pero, a la vez, bajábamos de inmediato la vista como si nos diera vergüenza. Nos estábamos mirando el alma.

            Bajamos en Liniers. Mientras esperamos el colectivo, me pongo a charlar con Luciano. En realidad él me empezó a hablar. Es incómodo. No nos llevamos bien desde hace un tiempo. Los dos sabemos que somos, más que adversarios, enemigos. Él hizo cosas que no se hacen, y menos a un amigo. Jugó por atrás, a traición. Se aprovechó de saber que yo gustaba de Mariela mientras me ocultaba su interés. Y nos quiso manipular a los dos. Pero sigue siendo parte del grupo y, con todas mis precauciones, no puedo hacerlo a un lado. Menos ahora.

En medio de esta conversación, y por una supuesta apuesta, Luciano me pone un pico. De la nada. Rarísimo. No entiendo bien el porqué. Mariela, que mira atónita toda la situación, alcanza a decirme: «Espero que el próximo beso lo elijas bien». Y yo, en silencio, imploro lo mismo.

            De pronto, casi por arte de magia, quedamos solo tres parejas. Dos que ya habían concretado y nosotros. Con un rápido y efectivo cruce de miradas logro que los otros cuatro rumbeen para otros lados. Percibo que, antes de irse, Franco y Pao, a mis espaldas, le hacen un gesto a Mariela. Para responderles, Ella, que estaba frente a mí, bastante cerca, pasa su brazo por debajo del mío, acercándose demasiado a mi pecho, tanto que puedo sentir su respiración, y les hace otro gesto, al parecer con uno de sus dedos, creo que el del medio. Ella también siente la mía, mi respiración, que se agita a cada microsegundo. Le digo, le pido, que por favor espere… y, luego de una pausa dudosa, entiende todo.

            Nos vamos a mi casa, solos. Llegamos. Llama a su familia para avisar que ya está de nuevo por esta zona pero que no tiene pensado volver por ahora. Nos da tiempo. Al rato salimos y empezamos a caminar sin rumbo fijo. Intuyo cómo sigue esta historia. O al menos cómo debiera seguir. Sé lo que Ella espera. Sé lo que yo deseo. ¿Me animaré? Estoy nervioso. ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo se hace? ¿En qué momento? ¿De qué manera? Ojalá Mariela me ayude.

 Hacemos pocas cuadras y, casi llegando a la esquina de Martín Fierro y Virgilio, se produce el siguiente diálogo:

—No dormiste anoche, ¿no?

—No —le respondo, sin entender mucho la razón de sus palabras.

—Se nota.

—¿Por qué? —pregunto ingenuamente.

—Porque estás lento.

            Y acuso el golpe. Me siento herido en mi orgullo. Si se había propuesto provocarme, lo logró a la perfección.

Durante este diálogo no dejamos de caminar por lo que su frase final nos encuentra habiendo cruzado Virgilio, casi doblando a la izquierda de Martín Fierro hacia Arregui. Y, siendo las dos menos diez de la tarde, bajo el cálido sol del mediodía, la dejo avanzar un paso por delante, la tomo del brazo con mucha ternura, se da vuelta, me mira, la miro, me espera, me acerco, inclina la cabeza, cierra los ojos, hago lo mismo, me dejo llevar, avanzo y... nuestros labios se rozan suavemente, siento el dulce sabor de su boca en todo mi cuerpo, mis manos buscan su cintura, la rodeo, la acerco un poco más, mientras nuestros labios siguen buscándose y encontrándose. Mi mano derecha ahora corre su pelo hacia detrás de su oreja, de manera tierna, acariciando su mejilla al pasar. El beso va ganando en intensidad, nuestras respiraciones se aceleran, la ternura va dejando lugar a la pasión, la sujeto de la cintura con ambas manos otra vez, nuestras bocas parecen fundirse por un instante y nuestros cuerpos se exploran al contacto de la piel. Todo alrededor parece desaparecer y el mundo somos solamente nosotros dos. Deseo que este momento no termine nunca. De pronto vuelve la calma, nuestros labios se separan con cuidado y suavidad, como queriendo saborearse hasta el final. Nos alejamos apenas, abrimos los ojos, nos miramos, nos sonreímos… le sonrío como jamás había sonreído en mi vida y sus ojos brillan más que nunca. En este mismo momento sabemos, sentimos, que lo nuestro es para siempre. ¿Cuánto duró este primer beso? No lo sé. Una eternidad, más o menos.

            Lo que está pasando forma parte de esos recuerdos que quedarán grabados para siempre en mi corazón, en nuestros corazones. Le canto, a capella, mientras caminamos de la mano, La cosa más bella de Eros Ramazotti: «Cómo comenzamos, yo no lo sé, la historia que no tiene fin. Ni cómo llegaste a ser la mujer que toda la vida pedí... ¿recuerdas el día que te canté? Fue un súbito escalofrío...». Ella ríe e irradia felicidad. Y yo vuelvo a experimentar el cielo.

Vamos a la plaza Terán y le entrego un anillo con un corazón rojo que, previendo esta ocasión, había comprado unos días antes. Caminamos como flotando, pisando con suavidad las moléculas de aire. Sus ojos brillan y, según puedo reconocer en su reflejo, los míos también. Nos besamos una y otra vez, como queriendo volver a probar a cada paso el sabor de nuestros labios.

            Nos dirigimos a mi casa con el único fin de comenzar, de a poco, y en el arbitrario orden que elegimos, a oficializar nuestra relación. Decidimos que la primera en saber debe ser Pao, nuestra gran amiga en común, nuestra celestina. Pero nos da ocupado de manera constante razón por la cual optamos por emplear nuestro tiempo en otros menesteres no tan telefónicos.

            Al rato, bastante después, la acompaño a su casa. Luego de tantas horas de besarnos, nos despedimos con un tierno abrazo. Y entiendo que amar también es poder demorarse en un abrazo sin tener que dar explicaciones.

La dejo en su casa y, mientras camino de regreso a la mía, voy pensando. Nuestra historia es deudora de seis meses de amistad pero hoy marcamos un nuevo mojón en el camino. Un beso que lo cambió todo. Hoy, miércoles 18 de febrero de 1998, comienza una nueva etapa que, Dios quiera, marcará a fuego nuestras vidas para siempre. Una decisión que se hace semilla para, con los años, poder ir dando frutos de felicidad. Un día especial e inolvidable donde el amor se hizo historia en esta historia de amor.

(Capítulo 71 de "Vale la pena. Diario de alguien que ama")



lunes, 15 de febrero de 2021

Memorias de un viudo

«Es momento de comenzar un nuevo libro», me dije. Tengo varios en lista de espera y recién cuando termino el que estaba leyendo decido con cuál seguir.

Ayer fue un día muy especial: presenté mi novela –la primera- en un concurso –el primero-. La convocatoria abrió a fines de diciembre y yo elegí, con la potencia del símbolo, el Día de los Enamorados como fecha para subirla a la plataforma. Por eso terminé la última revisión el día anterior antes de irme a dormir. Otro dato que les llamará la atención a las y los que ya la leyeron, y descubrirán más adelante los y las que vayan a hacerlo, es la fecha de cierre del concurso: 18 de febrero.

Terminé de corregir la novela el mismo día que finalicé la lectura de “Ciudades de papel”, el libro de John Green que venía leyendo. Por eso hoy, 15 de febrero, estoy en condiciones de comenzar un nuevo libro. ¿Cuál elegir? Siendo que la lectura me lleva a escribir, me decido por aquel que más puede colaborar al nuevo proyecto: la continuación de la saga prometida. De “Vale la pena (Diario de alguien que ama)” pasaremos a “Valió la pena (Diario de alguien que espera)”. Al menos es el título que se me ocurre por ahora. Muchos de los textos del blog serán parte de esta nueva novela. Y por eso elijo leer “Memorias de una viuda” de Joyce Carol Oates.

Me preparo el lugar, ubico la reposera, el ventilador, me pongo cómodo y empiezo… “15 de febrero”. Así comienza. Así como leen. Una más de esas diosidencias o jesualidades de mi vida. ¿Año? 2008. El mismo sobre el que estuve escribiendo al hablar de Baradero. Nada. Eso. Dejo acá y me voy a seguir con la lectura…

Una palabra...

Abro la puerta del bajo mesada buscando el aceite para condimentar la ensalada y... me quedo inmóvil, paralizado, como intentando procesar la información. Una palabra capta mi atención: "TANO". Pero hay algo más: reconozco la letra. En ese microsegundo paso de la perplejidad a la sonrisa que amanece en mi rostro. Ella, siempre Ella... 

domingo, 14 de febrero de 2021

Un amor para toda la vida...

14 de febrero. Día de los Enamorados. Un día que, durante muchos años, minimicé diciendo que era comercial con el único fin de ahorrarme un regalo. No, mentira. Pero sí es cierto que siempre le dimos más importancia a otras fechas. Y como el 18/2 era nuestro aniversario de noviazgo con Mari, quizás nos guardábamos algunos cartuchos, más en épocas de matrimonio con hijos donde cada salida era una bala de plata.

Hoy, sin embargo, cada fecha es una linda excusa para recordarla y hacerla presente. Por eso seleccioné algunas pocas cosas que fuimos compartiendo en redes sobre lo que significaba estar enamorado para nosotros. Me resulta muy significativo que el último 14 de febrero compartido por estas tierras, en 2018, haya posteado: “Yo creo en un amor para toda la vida”. O que en su respuesta a mi mensaje de 2017, al día siguiente, Ella haya publicado: “A veces miro a mi esposo fijamente con ojos de enamorada y digo: «caramba, qué suerte tiene este hombre de tenerme como esposa»” (siempre amé ese humor cómplice). Meses después la arregló posteando el “Si tu esposo…”.

También elegí dos mensajes que, quizás, resumen toda nuestra vida de enamorados. Uno, para nuestro aniversario de casados en 2016: “12 años de casados, juntos y felices con una familia hermosa. Q más se le puede pedir a la vida? Lo q soñamos ese día pudimos hacerlo realidad. Te amo”. El otro, en mi último cumple compartido con Ella por acá, en 2018: “Feliz cumple mi amor!!! Cuántos cumplís no sé si decirlo, pero la mayoría juntos. Gracias por ser mi amigo, mi compañero, mi sostén, mi AMOR. Te deseo toda la felicidad del mundo ya que me conviene. Te amo y otra vez feliz cumple!!”.


Para el final dejo el mejor poema de amor que leí en mi vida, el que más me gustó, el que más me llegó. Lo escribió Mari y me lo escribió a mí, siendo novios: “Estar enamorado”.

Estar enamorado es sentir que con el otro

se hacen mágicas las noches y los días

Estar enamorado es sentir que el cuerpo vibra

cuando el otro te regala una sonrisa

Estar enamorado es vivir pendiente

de tan solo una caricia

Estar enamorado es sentir que el mundo se ha parado

si el otro no te mira

Estar enamorado es sentir que sólo un gesto

da sentido a nuestra vida

Estar enamorado es sentir que el sol se apaga

si tu mirada no es la que solía

Pero sobre todo

Estar enamorado es sentir que no hay mañana

Si no estás conmigo día a día

Como cierre de esta compartida, y trayendo un gesto realizado hace dos años, de volver a unir nuestras alianzas como símbolo de nuestro amor eterno, dejo este hermoso fragmento de una canción de Abel Pintos:

"Quizá esta vida se termine dando cuenta
Que es ella sólo un momento de esta historia
Porque este amor no tiene tiempos ni fronteras
Porque este amor va más allá de mi existencia.

Te voy a amar, y me amarás
Te amo sin principio ni final
Y es nuestro gran amor
Mi ángel de la eternidad"

Día de los Enamorados (2019)

Como lo eterno del amor en una alianza...

Un 14 de febrero... (2020)

Estar enamorado...

14 de febrero de 1998

14 de febrero de 1998

Es 14 de febrero, Día de los Enamorados. Ayer no nos vimos con Mariela. Hablamos un rato por teléfono pero fue demasiado incómodo, algo raro en nosotros. Salí a dar unas vueltas para comprar algo que regalarle hoy y terminé eligiendo un osito de peluche, de esos que a Ella le gustan mucho. También le escribí una carta para acompañar el regalo. La abro y repaso una vez más todo lo que escribí:

 

14 de febrero de 1998

Mariela:

El motivo de esta carta es invitarte a mi fiesta (no preguntes ¿qué fiesta?). El objeto es festejar el día de los enamorados porque, si no sabés te digo, estoy perdidamente enamorado. Tal vez conozcas a la chica en cuestión: es un poco petisa (¿un poco?), simpática, dulce, alegre, cariñosa, hermosa, inteligente, un poco loca (¿un poco?), además le tengo una confianza ciega (creo que es recíproca), se puede hablar de cualquier tema con ella porque como ya te dije alguna vez es muy capaz y muy buena consejera, también es re divertida, imaginativa, espontánea, con un corazón gigante, una mirada que lleva implícita dulzura y cariño (su mirada me desarma), una voz inconfundible que con solo decir “Jero” acelera los latidos de mi corazón y dibuja una sonrisa en mi rostro, unos gestos y unas caras que la distinguen del resto, y un montón de cosas más, algunas indescriptibles, que la convierten en una mujer única y muy especial. Es la mujer que toda mi vida soñé. Podría decir que es la mujer ideal. Además ella ocupa mis pensamientos la mayor parte del día, y su recuerdo se me aparece en cada canción, cada frase… todo me recuerda a ella (desde una colita -del pelo- hasta su propia foto). No imagino mi vida sin ella. Mañana se cumplen seis meses de que empezamos a vincularnos, a llevarnos más, a relacionarnos, o lo que sea. En todo este tiempo la llegué a conocer a fondo y aprendí a quererla muchísimo. La historia no fue todo color de rosa, hubo momentos buenos y malos, lindos y feos, excelentes y desastrosos. El final todavía no lo sé; Dios quiera sea el mejor para los dos. Pero antes de pedirle a Dios, tengo que agradecerle el hecho de haberla conocido y que le haya puesto un sentido a mi vida. Al lado de ella maduré, vencí mi timidez, aprendí muchas cosas, adquirí el gusto por escribir cartas donde demuestre mis más hondos sentimientos y hasta me inspiró una canción titulada «Agosto del 97».

            El lugar donde se va a festejar es en nuestros corazones y se pide a la invitada de honor traer el suyo dispuesto y una pizca de amor. La comida será el diálogo y el postre se elegirá en el momento.

No me falles, te espero ansioso y con muchísimas ganas de verte. Te pido por favor que vengas, entres en mi corazón y no te vayas nunca. Lo único que me queda por decirte es que te re-contra-requete-re-quiero un montonazo y no te voy a olvidar nunca.

                        Un beso enorme (de acá hasta el cielo)

                                                                                              Jero

P.D.: Antes de escribirla tenía miedo de arrepentirme después, pero vos me pediste que te dijera todo lo que sintiera sin guardarme nada, y eso es lo que hice.

P.D.2: Si algo de lo que escribí te incomodó, molestó o no te gustó, te pido mil perdones y te juro que no era mi intención.

P.D.3: Espero te haya gustado el osito.

 

Es sábado al mediodía y estoy yendo a su casa. Es la primera vez en mi vida que paso un 14 de febrero enamorado. Sin pareja pero enamorado. Y como su nombre lo indica, es mi día también. Por eso la carta y el regalo para Mariela. Mi mejor manera de celebrar este día.

Camino casi dos cuadras, llego a su casa y toco timbre. Espero. Abre la puerta y se queda en silencio. Le doy la carta en un sobre, el osito de peluche bien envuelto para que no se sepa qué es sin abrirlo, un beso tierno en la mejilla y le digo: «Feliz día. Después hablamos». Y me voy rápido. Ella se debe haber quedado sorprendida. No tanto por la carta y el regalo sino por mi huida. Es que siento que voy avanzando pero todavía no me animo a dar un paso más. Ojalá la carta ayude. Y el regalo. Y Mariela también.

(Capítulo 70 de "Vale la pena. Diario de alguien que ama")

Día de los Enamorados (2019)

Como lo eterno del amor en una alianza...

Un 14 de febrero... (2020)

Estar enamorado...

viernes, 12 de febrero de 2021

12 de febrero de 1998

 

Es jueves 12 de febrero. Mi viejo me llevó desde la quinta hasta la estación y ahora estoy en el tren, viajando desde Moreno. Pensaba quedarme hasta marzo pero en estos últimos dos días no pude dejar de pensar en Mariela. Y tomé una decisión: volver.

            Ya estoy llegando a Morón. Son más de las seis de la tarde, quizás cerca de las siete. Ella no sabe que estoy volviendo. No hablamos luego de que me cortó el teléfono aquella madrugada. Apuesto lo que sea a que se quedó enojada. Muy enojada. A lo Mariela. En la charla del lunes por la tarde me dio a entender que, al volver de Córdoba, quería recuperar el tiempo perdido conmigo. Yo también, con Ella. Pero ninguno supo comunicarlo bien.

            Ramos Mejía. Falta poco. El viaje en tren me ayuda a pensar. ¿Qué le voy a decir? Sin dudas se va a sorprender. Espero que para bien. ¿Cómo reaccionará? ¿En qué situación estamos ahora? El nueve las cosas quedaron de diez, pero la última conversación –la telefónica- no terminó de la mejor manera. ¿Ella esperaba que me quede? Ella esperaba que me quede. Y yo me fui. Ella no espera que vuelva antes de marzo. Y estoy volviendo al tercer día.

            Liniers. Bajo del tren. ¿Camino o me tomo el colectivo? Camino. Hago unas quince cuadras, tal vez veinte, y llego a casa. Con toda mi familia en la quinta, disfruto de la paz que me da la soledad. Paz que dura un rato. No sirvo para estar solo. No me gusta. No sé qué me pasará cuando tenga cuarenta pero a los diecisiete –casi dieciocho- no me gusta estar solo mucho tiempo.

            Me baño mientras escucho música o escucho música mientras me baño. No sé por qué no estamos de acuerdo y llegamos a mejor puerto, nosotros nos merecemos aquello que hacemos. Mis amigos me dijeron Jero –siempre piso esta parte de la canción- no te enamores la primera vez, y no les hice caso. Me seco. Me pongo desodorante. Me visto. Me voy a su casa.

            —Soy yo —respondo a la pregunta sobre mi identidad que realizan del otro lado de la puerta.

            Silencio. Reconocí su voz al preguntar. Ella seguro que reconoció la mía al responder. Se hace una pausa que dura demasiado. ¿Qué pasará por su cabeza? Y más importante todavía… ¿qué pasará por su corazón? Desearía poder verle la cara. Se abre la puerta y sale.

            —¿Qué hacés acá?

            —Epa. ¿Así me recibís?

            —Perdón. Es que me hice la idea de que no te iba a volver a ver hasta marzo.

            —Yo también me hice esa idea y no pude soportarlo. Por eso vine.

            Una hermosa sonrisa amanece en su rostro. Sus ojos vuelven a brillar e iluminan mi vida.

            —¿Volviste por mí?

            —Obvio. Solo por vos.

            Las comisuras de sus labios intentan llegar a sus ojos cada una por su lado. No puede parar de sonreír. Y yo la admiro embobado. Es tan linda, tan bella. Es preciosa.

            —No se queden en la calle —dice Sebastián, asomándose por la puerta—. ¿Por qué no lo invitas a cenar? —le dice a su hermana. Y entra.

            —¿Querés? —me pregunta Mariela muy entusiasmada, sin poder contener del todo la alegría que lleva a su cuerpo a moverse sin sentido.

            —¿Cenar con vos? No debe haber mejor plan en el universo.

            Entramos. Sus viejos ya están acostados porque cenaron más temprano. Julián está durmiendo en su habitación. Sebastián me da charla en el comedor mientras Mariela está en la cocina.

             —Listo. Ya te podés ir —le dice a su hermano, tan seca y cortante como puede serlo cuando quiere.

            —¿Por qué? Es mi amigo y fue idea mía que se quede a cenar —le responde Seba.

            No sé dónde meterme. Estoy en el medio de una batalla que puede convertirse en guerra de un momento a otro. Elijo el silencio y pispeo la puerta por si tengo que salir rajando.

            —Por favor, hermanito del alma, ¿podrías dejarnos cenar solos que tenemos cosas importantes que charlar? —dice Mariela en un tono sobreactuado que, a su manera, indica que está levantando una bandera blanca.

            —Si me lo pedís así, sí. Los dejo. Pero tratalo bien al Tano que es amigo mío, eh. Y lo quiero —dice Sebastián mientras se va retirando muy despacio, con una risita pícara.

            Quedamos solos. La quiero ayudar a servir la comida y no me deja. Cocinó unas costillitas de cerdo y preparó una rica ensalada de zanahoria rallada. Aprovecho que está con los platos y le sirvo agua en su vaso, como para hacer algo.

            —Me sorprendió. Pensé que no se iba a ir —comenta.

            No se lo digo pero pensé lo mismo. A esta altura, su hermano mayor, mi compañero de curso, ya sabe lo que pasa –o no pasa- entre nosotros. Por eso interpreto su retirada como un guiño. En tres días se resolvieron dos complicaciones: Daniela y Sebastián.

            —Deliciosa —le digo, haciendo referencia a la comida.

            —¿Te gusta?

            «Vos me gustas», casi le digo. Pero no me animo. Quizás ese sea el último obstáculo a superar. Su amiga ya no gusta de mí. Su hermano no se opone a nuestra relación. Mi rival se fue derrotado. Mi autoestima está en su punto máximo. Tomé una decisión y estoy dispuesto a jugarme por amor. Solo me falta animarme y actuar.

            —Sí. Riquísima.

            —Menos mal que llegaste a tiempo, entonces. Porque estaba esperando a mi otro novio.

            «Otro». Dijo «otro». Ayúdame, Freud. Si esto no es un acto fallido, qué es. Ella también nota su lapsus linguae y yo agradezco haber prestado atención a las clases de psicología. En su inconsciente ya soy su novio, pero yo quiero besos conscientes. Se puso colorada. Yo sostengo el silencio para que ambos, a la vez, suframos este incómodo momento. ¿Qué sigue ahora? ¿Qué debo decir? ¿Qué debo hacer?

            —Ayúdame, Freud —comienzo a cantar, imitando la voz de Arjona. Ella ríe. Nos distendemos.

            Seguimos charlando y solo conversamos sobre trivialidades. Llenamos el silencio con palabras. Sabemos que hay clima de algo pendiente en el aire y ninguno se atreve a hablar de lo que hay que hablar. O dejar de hablar y actuar. ¿Acaso debiera ser yo el que empiece? No lo sé. Supongo que sí. Pero ¿por qué? Ya me rebotó un par de veces. ¿Y si estoy interpretando todo mal? ¿Y si solo veo lo que quiero ver? ¿Es eso posible?

Finaliza la sobremesa, salimos para despedirnos y nos quedamos charlando en el portón de su casa, como tantas otras veces... pero diferente. Yo estoy apoyado en el marco de la puerta y Ella, a corta distancia, amenazante. Se acerca aún más. Nuestras bocas quedan muy cerca, los latidos de mi corazón se aceleran, se escuchan las tensas respiraciones, nuestras miradas quedan fijas en los ojos del otro, como haciendo una pausa, imaginando el segundo siguiente, intuyéndolo, esperándolo, deseándolo, y solo pienso en comerle la boca, en comerle el corazón a besos. Pero no, todavía no. Casi temblando me despido con un simple beso en la mejilla y me voy para mi casa.


(Capítulo 69 de "Vale la pena. Diario de alguien que ama")



miércoles, 10 de febrero de 2021

Baradero

Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida. Y entonces comprende cómo están de ausentes las cosas queridas”.
Baradero es un lugar especial en mi vida. Tiene que ver con mis raíces familiares, con la pesca que tanto me gusta pero, principalmente, representa las primeras vacaciones solos, en familia, de a tres, con Lu y Mari.
El verano de 2008, luego de haber ido a la costa con amigos (2006) y familia (2007), decidimos irnos de vacaciones por primera vez los tres solos, como familia, a un lugar con verde, agua y aire puro. Y por varias razones elegimos Baradero. Entre enero y febrero de ese año fuimos tres veces. Quedamos enamorados del lugar. Luego, con el paso del tiempo, y por ir conociendo otros destinos, se dio que nunca volvimos.
Esta semana, verano de 2021, trece años después, regresamos. Y también como primeras vacaciones solos, en familia, siendo tres, con Lu y Nico… sabiendo que somos cuatro. Y volvimos a la misma Posada que en aquel entonces. Y fuimos al río que, al decir de Heráclito, es y no es el mismo. Bajo la nueva sombra de los mismos árboles. Con el infaltable colibrí desayunando en el parque. La misma pileta, la habitación, las plazas, los mismos lugares para cenar. Igual pero muy diferente. Y Mari haciéndose presente de miles de maneras: desde el simple pedir mortadela en la proveeduría, pasando por el compartir las papas fritas corte americano, el llevar crucigramas y sopas de letras, hasta el tomar unos mates con el viento en la cara o escuchar a los chicos insistir para comer a orillas del río. Como dice la canción: “todo, todo me recuerda a ti”.
El cielo, quizás, ojalá, sea revivir los recuerdos más lindos... compartidos... en una mateada con la gente querida. Y, en una de esas, vivir también los recuerdos que podrían haber sido y no fueron, como este mismo viaje, hermoso, maravilloso, pero de a cuatro. Tal vez…


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lunes, 1 de febrero de 2021

Aquí estoy, Señor (Los Toldos, Enero 2021)

Enero de 2021. Me fui cuatro días de retiro de silencio a Los Toldos y viví un tiempo de gracia, muy fuerte, de encuentro con Dios. Difícil dar cuenta de todo lo que significó esa experiencia pero sí quiero compartirles algunas de esas señales que invitan a seguir caminando.

Enero de 2004. Hace diecisiete años también había ido de retiro a Los Toldos. No con un amigo, como esta vez, sino con mi prometida... ¿Prometida? Sí. El 12/1 habíamos hecho público nuestro compromiso con Mari y anunciado la fecha de casamiento en una cena familiar. Días después estábamos viajando a ese retiro pre-matrimonial –así lo llamamos- para prepararnos de la mejor manera posible para ese paso crucial en nuestras vidas.

Ahora un curita amigo nos preparó una iniciación a los Ejercicios Espirituales Ignacianos y, a mis 40 años, me disponía a rezar las siguientes preguntas: ¿dónde estoy? ¿de dónde vengo? ¿a dónde voy y a qué? “Habla, Señor, que tu servidor escucha”. Mi respuesta ya la sabía: “Aquí estoy, Señor”. Y por eso uno de los primeros momentos de oración fue rezar con una canción de un jesuita, Cristóbal Fones, que lleva ese título y dice: “Aquí estoy, Señor, arado de arriba abajo, despojado de la vieja cosecha… puro surco rajado, herido de esperanza, abierto para la nueva siembra”.

Pero todo empieza desde antes de empezar. El día anterior a salir, lunes, me llega por correo una consulta para ver si podíamos alcanzar a un monje, que también es sacerdote, y se llama José Ramón. Nuestro plan de ir charlando en el viaje, solos, con mi amigo, se caía… pero igual dijimos que sí. Me llama este hombre de Dios y me dice que está en Martínez, Córdoba al 2000. Le pido precisiones y me indica la Parroquia Resurrección. Busco en Google, consigo la dirección exacta, se la paso al conductor designado y el martes a la mañana ya estábamos en camino hacia el lugar para pasarlo a buscar. Cuando el GPS indica empalmar de Gral. Paz a Panamericana pero salir en colectora me invade una sensación de memoria afectiva. Al rato, indica que debemos salir hacia Hipólito Yrigoyen y le comento a Fer: “pensar que hace muchos años repetía este camino varias veces a la semana”. Mari cursaba Terapia Ocupacional en la llamada sede San Isidro de la UBA, en Martínez, y todavía no manejaba. A veces la llevábamos (con Lucía, que era muy chiquita) y (casi) siempre la íbamos a buscar (porque salía tarde, de noche). Estaba envuelto en esos pensamientos cuando reconozco la calle donde estábamos doblando: Lima, la misma que tomaba en aquel entonces. Unas cuadras más y nos topamos con la sede de la Facultad que queda en… Córdoba al 2000. Doblamos, obligados, a la izquierda y, en la esquina, está la Parroquia Resurrección. Nunca la había visto y me resultó muy raro por lo que le consulté al monje quien me explicó que tenía apenas unos pocos años. No había empezado el retiro y ya Mari me estaba guiando hacia el pasado compartido pero para mostrarme el futuro: la Resurrección. Sin recuerdo no hay esperanza; sin rencor ni nostalgia por ese pasado, con fe en el futuro y fidelidad al presente.

Al cabo de unas horas llegamos y, al recibirnos en el Monasterio, la hospedera nos muestra las habitaciones. Son dos, una al lado de la otra. Sin prestar atención a ningún detalle le digo a mi amigo: “elegí vos”. Él mira una puerta, la otra, se ríe y me dice: “no hay dudas, esa es la tuya”. Me acerco y… “San Jerónimo”. Cada habitación tiene nombre de un santo o santa. Fer, que venía leyendo mi novela, entendió todo. El protagonista –yo, al ser autobiográfica- se llama Jerónimo. Luego, en una charla clave del retiro, cobraría un sentido más profundo aún. Pero no les voy a contar todo…

Tercera compartida de este escrito. En la mañana del miércoles, después de la primera misa allí, sale Mamerto Menapace a buscarme y, estando al tanto de quién era, me dice: “Esa de allá es tu señora”. Señala y miro atentamente. “Fijate bien. ¿Sabés qué es? Una enredadera. Fijate qué linda. Ella ya está florecida”. Me dijo varias cosas más, algunas de las cuales entendí mejor después, gracias a Google y algunas rezadas. Hay un tronco y, sobre y alrededor, la enredadera y sus flores. Es una planta epífita. Usa al tronco de soporte pero no es un parásito. No hunde sus raíces en la tierra mientras que el tronco sí; pero ella –Ella-, a partir del tronco que sigue en tierra, lograr ir creciendo hacia el cielo. Hermosa imagen. Desde ese momento no pude dejar de pasar por ese lugar, incluso quedarme en oración, y hablar con Mari ahí mismo. Pero lo más fuerte es que, al día de estar de nuevo por casa, se me ocurrió buscar las fotos del 2004, en álbum impreso, de rollo revelado. No puedo describir mi sensación al ver una foto de Mari sobre un tronco por ese mismo parque del Monasterio. Las cosas de Dios que nos llevan al Dios de las cosas.


Luego de mi charla con Mamerto –profunda, fuerte, reveladora- le pedí que grabe unos mensajes para mis hijos, mis viejos y mis suegros. En esos casi 7 mins, en el total de los tres videos, hay una síntesis del “catecismo” que me permitió vivir el duelo de manera sana. Primero la gran frase: “Ella se nos adelantó para poner el agua para el mate”. Y hacia allá peregrino. Luego, la otra gran frase que terminó dando título a la novela: “el que se arriesga a amar, se compromete a sufrir… ¡pero sufrir por amor vale la pena!" Finalmente la imagen del árbol que ya no está en el patio familiar, narrado en el epílogo de ese maravilloso librito llamado “El paso y la espera”. Ese hueco de luz que solo percibe como ausencia aquel que se cobijó bajo su sombra y que, al buscarlo con la vista, nos invita a mirar la estrella.

Parafraseando el final del Evangelio según San Juan, en el retiro “me pasaron” también muchas otras cosas. Pero si quisiera contarlas todas no alcanzarían los caracteres permitidos en las redes sociales.

Quizás les quede una duda: ¿pude escuchar a Dios en el retiro? Creo que sí. Creo de creer. Por ejemplo en las palabras de Mamerto: “es tiempo de parar el rodeo para recién después dejarte arrear por Dios”. Vivir el presente, mi hoy, que es ejercer con todo el corazón y toda mi vida la paternidad desde la viudez, con Mari siempre presente a su manera, de diferentes formas. Y, a la par, siempre alrededor de mis valores, armarme de paciencia y rumbear para donde Dios me llama. Cuando uno pregunta se tiene que bancar la respuesta. No huirle a Dios. “Lo que siento tapera en mi vida, para Dios es etapa tal vez”. Cuando ya no se ve nada, hay que ser fiel a lo que se vio en otros momentos. No cualquiera tiene fe en la primavera estando en invierno. El que ha vivido en la luz del día puede reconocer la noche y animarse a caminar hacia la madrugada. El tatuaje que me hice en el primer aniversario de Su partida me lo recuerda todo el tiempo: seguir caminando, peregrinando, siguiendo la estrella –que es Ella, que me guía, orienta, y lleva a Dios-, siempre en el amor, en el Amor.