“Cuando ya no se ve nada, hay que
ser fiel a lo que se vio en otros momentos”, dice Mamerto Menapace. “De noche
se camina de memoria”, me dijo un amigo. En los momentos de crisis, de dolor,
de sufrimiento, donde todo se hace difícil, se ven los frutos de lo sembrado
tiempo antes.
El momento más difícil y doloroso
de mi vida fue la muerte de Mari. Y el de Ella también. Sin embargo, con tiempo
y distancia, mirando para atrás, me llama la atención cómo pudimos vivir
aquella etapa. Mi fortaleza, debo reconocer, brotaba de la paz que Ella me
contagiaba. Si Ella, que al fin y al cabo era la que se estaba muriendo, lo
vivía así… ¿por qué yo debería haberlo encarado de otro modo? Y, en realidad,
aunque de otra manera, yo también estaba muriendo un poco con Ella.
Releyendo cartas, reviviendo
recuerdos, siempre supe de dónde salió esa actitud ante la vida que tuvimos en
el momento que irrumpió la muerte: vino de Dios. Pero no solamente en el “hoy”
(de aquel entonces) sino en el hacerse presente de toda una vida con Dios y en
Dios. Con errores, flaquezas, momentos no tan intensos, discontinuidades, pero siempre
con Dios y en Dios. Y en estos días encontré una confirmación más de esa
intuición. Les cuento…
Estamos en Cuaresma y me propuse,
firmemente, perseverar en tres “prácticas” que me vienen cambiando la vida.
Tres “prácticas” –insisto con las comillas- que no son nuevas en mi vida pero
nunca las llevé adelante a la vez y de manera sostenida. Lo vengo haciendo este
año, como puedo, y me prometí hacerlo con más fuerza en estos cuarenta días.
Son la Lectio Divina a la mañana (rumiar la Palabra de Dios con las lecturas del
día), la Misa diaria a la tarde (la virtualidad ayuda muchísimo) y la Pausa
Ignaciana (también llamado examen del día) a la noche. Antes de la Lectio, y
mientras preparo el mate, escucho algunas canciones religiosas que también me
ayudan a rezar. Y decidí sumarle a todo eso, pero sin compromiso cotidiano, una
lectura espiritual. ¿Con qué empezar? No lo dudé. “Sufrir pasa” de Mamerto
Menapace.
A lo largo de mi vida lo leí
varias veces pero en los últimos años no recuerdo haberlo hecho. Y empecé el
Miércoles de Ceniza, con un capítulo breve por día. Grande fue mi sorpresa al
encontrarme, días después, varias páginas adelante, con unos números muy
conocidos (porque no solo puedo reconocer la letra de Ella sino que, creo, todo
lo que me lleve a Su Presencia). Fui pasando varias hojas más y descubrí lo que
había hecho: siendo que el libro está estructurado en semanas, le puso la fecha
para iniciar la lectura a cada una de esas separatas. ¿Qué año? 2001.
Hoy no tengo dudas que haber
leído ese libro hace 20 años, y rezar sobre el sufrimiento del justo, el dolor,
el camino de la Cruz que nos lleva a la Resurrección, y tantas otras reflexiones,
le permitió –como algo más entre tantas otras cosas- vivir Su Pascua de la
manera en que la vivió. Y a mí también. Porque eso que está sembrado en
nosotros en algún momento da sus frutos. Y en los momentos de oscuridad, cuando
no podemos ver con claridad, tenemos que ser fieles a lo que hemos visto y oído
en otros momentos. Como hizo Ella. Como me pasa a mí. Y por eso seguimos
sembrando.
Históricamente la Iglesia propuso
tres prácticas vivir la Cuaresma: Ayuno, Limosna y Oración. Con el tiempo se
fue resignificando, o encontrándole el verdadero sentido, a estas propuestas
para el camino de preparación. No voy a entrar en detalles pero, si les
interesa, el Mensaje del Papa Francisco para esta Cuaresma es bastante claro al
respecto.
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