jueves, 27 de agosto de 2020

Los 15 de Lu

 

Quince. Increíble. (Quiero empezar a escribir y ya estoy llorando). Tanto por decirte, hijita. Tanto por agradecerte. Tanto por desearte. Te soñamos desde siempre con tu mamá. A vos y a tu hermano. Y ese sueño era hermoso, pero la realidad lo superó. (Se me hace un nudo en la garganta).

Quince. Increíble. Recuerdo el día que nos enteramos que ya estabas entre nosotros, chiquitita, de semanas, dentro del vientre de mami. Meses hablándote, acariciándote desde afuera, sintiéndote moverte, patear… hasta que naciste.

Quince. Increíble. Las primeras risas y los primeros llantos. ¿Tenés idea lo que fue escucharte decir “papá” por primera vez? ¿O que vengas dando esos primeros pasitos hasta que podía abrazarte, deseando que no tropieces de camino?

Quince. Increíble. El jardín. Los cumpleaños. Los amigos. La primaria. Las vacaciones. Los juegos. Los clubes. Los scout. Tus shows. Tanta vida compartida que a veces parece que pasa tan rápido.

Quince. Increíble. Las series. La secundaria. Las charlas. Las contestaciones. Los chistes. Las quejas. Las comidas. Y verte crecer, madurar. Tan inteligente, tan linda, tan buena… (hago una pausa… otra vez estoy llorando y esta vez me cuesta parar).

Quince. Increíble. Y sos feliz. Y contagias alegría. A pesar de… (ahora sí soy un mar de lágrimas, hijita). Te voy a contar algo. La última vez que tu vieja sintió miedo, y tengo registro de eso, fue una noche, en la terraza, solos, allá por febrero de 2018. Tuvo miedo de morirse. Como todos quizás, aunque después no lo vivió así. Pero aquella noche sí. Y su miedo, su dolor más grande en realidad, era no poder estar en los momentos importantes de la vida de sus hijos. Tuyos, Lu, y de Nico. Y expresamente me nombró tus Quince. Ella quería estar hoy, acá, con nosotros, con vos. Y está. No como quisiéramos, pero está. Y lo sabemos. Y lo sabés.

Quince. Increíble. Te veo así, tan grande, tan… Tan Lu. Porque eso sos. Sos Lu. Única y especial. (escucho tu voz en mi cabeza diciendo “soy crack, pá”). Estoy convencido, y cada día más, que Dios te llama a dar muchos frutos. Siempre voy a estar, como pueda, como también mamá, para que se cumplan tus sueños. Y ojalá te pase como a nosotros: que la realidad los supere, así como vos superaste ese sueño de nuestra hija que tanto tiempo fuimos construyendo sin conocerte. Gracias por tanto. ¡Feliz Vida, hija! Te amo con todo mi ser. Papá.

lunes, 24 de agosto de 2020

24 de agosto de 1997

"Del 22 al 24 de agosto estuve participando de un retiro llamado Camino de Emaús

Durante el retiro no podía dejar de pensar en Ella. Llevaba una semana perdidamente enamorado y lo vivía así. En la carpeta donde tomábamos notas de las charlas aparecía su nombre en cada hoja, en cada margen, en cada espacio, rodeado de corazones. Estaba muy mal…

Lo más fuerte es que mientras yo estaba escribiendo su nombre y la forma en que la llamábamos en las hojas de mi carpeta del retiro, Ella estaba haciendo lo mismo en su diario íntimo. Lo mismo, en realidad, no. Ella no estaba escribiendo su nombre y la forma en que la llamábamos sino que estaba escribiendo mi nombre y mi apodo en su diario íntimo.

—Espere. Va muy rápido —me frenó el Monje. Queremos hacerle varias preguntas antes de continuar escuchando su historia…

—¿Cómo sabe lo que Ella escribió, cuándo y qué, en su diario íntimo? —me cuestionó el Monje.

—Tiempo después me lo dijo… En realidad, me lo leyó y me lo mostró.

—¿Y qué escribió? —repreguntó de inmediato.

—Con fecha 24 de agosto narró los sucesos del 15 al 18 de ese mes con muchos de los detalles que yo mismo les acabo de contar. Y al final del relato, luego de haberse despedido de su diario, a quien le hablaba como si fuera una persona, informándole que se iba a dormir, se puede leer: «Pero antes quiero contarte que en el Tano encontré una persona muy especial y que si seguimos así vamos a ser grandes amigos».

Friend zone —pronunció el Nacho en un inglés muy latino.

En aquel momento no tenía la menor idea de lo que pasaba por la cabeza y el corazón de Ella. Obviamente no había leído su diario íntimo. Pero entiendo que haber aparecido allí, en esa ventana a su alma, no era casualidad. Y lo había logrado en muy pocos días. Ya me consideraba por aquel entonces «una persona muy especial» y la relación se encaminaba a profundizarse".

(Algo que lo cambió todo, capítulo 10; fragmento)

sábado, 15 de agosto de 2020

Y un día te cae la ficha

Y un día te cae la ficha. Tu hija tiene la misma edad que tenía su madre cuando la conociste. Se te vienen muchos años encima. Y tomás conciencia del paso del tiempo.

En poco más de diez días Lu estará cumpliendo sus Quince; a Mary la conocí un poco más de diez días antes de sus Quince.

Mi primer registro de haberla visto es de un 3 de mayo de 1997. Es cierto, vale la pena comentarlo, que algunas fuentes dan cuenta de encuentros furtivos en los arbustos de la plaza Ciudad de Banff durante nuestra niñez. No hay pruebas pero tampoco dudas. Sin embargo podemos afirmar que nos conocimos en aquel retiro de JuvenCor del 3 y 4 de mayo del 97. El 14 de mayo cumplía sus Quince y el 17 los festejaba… y con apenas días de conocerla, allí estuve.

Hoy es 15 de agosto de 2020 y Lu cumple sus Quince el 27. Y te cae la ficha.

Ayer fue el segundo aniversario de la partida de Mary, quien se nos adelantó a poner el agua para el mate aquel doloroso e inolvidable 14 de agosto de 2018. En esa fecha tan significativa logré, ¿decidí?, terminar mi novela. La primera de varias, espero. La novela que da cuenta –ALERTA SPOILER- cómo la conocí a Mary allá por el 3 y 4 de mayo, cómo nos hicimos amigos a partir de un 15 de agosto, la carta que lo cambió todo un 9 de febrero, cómo nos pusimos de novios –nueve días después- un 18 del mismo mes y tantas cosas más…

Hago un párrafo aparte para comentar un dato de color: la particular relación entre mis fechas con Mary y mis abuelos. Mi abuelo Antonio falleció un 14 de agosto del 97; Mary en la misma fecha pero veintiún años después. Aquella muerte tuvo mucho que ver con el inicio de nuestra amistad que ubicamos en el 15 de agosto del 97, un día después, y solíamos decir que nos había hecho gancho desde el cielo. Lo que sucedió el 9 de febrero del 98, en el primer cumple de mi abuelo sin estar por estas tierras, fue algo que lo cambió todo en nuestra historia de amor. Otro guiño. Y el 18 de febrero, día de nuestro primer beso y comienzo del noviazgo, era el cumpleaños de mi otro abuelo: Manolo. Por último, algo que recién puedo relacionar ahora, mi abuela Lola falleció el 4 de mayo de este año, veintitrés años después de aquel retiro donde la conocí a Mary. Y me queda una abuela que falleció un día antes de su cumple; se fue un 9 de abril siendo que había nacido el 10. Esos finales un día antes del aniversario del comienzo. Como nos pasó con Mary hace 2 años: se fue el 14, antes de poder celebrar el 15.

El 15 de agosto, desde aquel día de 1997, siempre fue una fecha muy especial; seguimos celebrándolo, tanto de novios como de esposos. El del 2002 pasó a ocupar ahora un lugar especial porque me permitió reorientar mi duelo dieciséis años después dando origen a este blog titulado “Diario de Alguien que Espera”.  El último fueron los 20 años, en 2017, porque al siguiente Ella ya no estaba.

Por todo lo que pude poner en palabras es que resulta tan simbólico que hoy, 15 de agosto, los lectores cero hayan empezado a recorrer mi primera novela: “Algo que lo cambió todo”. En septiembre, con sus devoluciones, haré una revisión final antes de ingresar en la etapa de corrección y edición. Luego me tomaré un tiempo para presentarla en concursos, antes de enviar originales a las editoriales. Y me guardo una opción más, en caso de que lo anterior no resulte: autopublicarla para el 18 de febrero de 2022, día en que cumpliríamos nuestras bodas de plata como novios.

Diario de Alguien que Espera

Diario de Alguien que Espera con FE...

De fechas y señales...

Mi abuelo Antonio, Mary y los guiños

Mayo del 97

15 de agosto de 1997

"Días después, el 14 de agosto, muere mi abuelo Antonio, el esposo de Doña Lola. Tenía cáncer y la venía luchando desde hacía varios años. Una metástasis en huesos terminó por matarlo. «Julio te prepara y agosto te lleva», solía decir y tuvo razón. Muerte, cáncer, dolor, un 14 de agosto. Anoten...

Al día siguiente, en la mañana del viernes 15 de agosto, fue el entierro. Por la noche, y con el corazón dolorido, fui a la reunión de JuvenCor. Estuve en el mismo grupo con Vani -quien luego sería una gran amiga- y Ella. El tema a charlar era cuándo acudíamos a Dios, en qué situaciones, por qué razones. Justo venía de la muerte de mi abuelo por lo que me llegó mucho. Vani, en cambio, lo relacionó con sus desventuras amorosas. Había cortado con Alejo, su novio de toda la vida, y casi sin quererlo se había convertido en terreno propicio para mi amigo el picaflor: Mario. Ella, por su parte, nos escuchó a ambos. En realidad, ahora que lo digo, me parece que empezó hablando…

—Che, Tano, ¿qué pasó con tu papá?

—¿Con mi papá?

—Sí. Pasé por la fábrica de pastas, la vi cerrada y leí un cartel que decía: «Estamos con papá».

Ella era de meter la pata cada tanto pero, en este caso, fue un lindo disparador para que cuente lo de mi abuelo. Y a partir de ahí sí nos escuchó.

Cuando finalizó la reunión nos fuimos a cenar a la casa de uno de los pibes. Maxi -el anfitrión-, Celeste –la famosa C-, Mario, Vani, Ella y yo. Podría decirse que fue una salida fundacional. Ahí nació un hermoso grupo de amigos que se hizo subgrupo dentro de la gran comunidad. Y algunos vimos, además, un par de parejas –dos-; pero no todos deseamos las mismas.

Después de comer unas milanesas con papas fritas, y una extensa y entretenida charla, nos volvimos a pie dejando a cada cual en su casa. Maxi ni salió, como era de esperar. Primero acompañamos a Vani y luego a Celeste, quedando Mario, Ella y yo para el final. Salimos de Goya, allá en Floresta, y encaramos para Gualeguaychú y Bacacay. Después bajamos por Segurola hasta Jonte y, finalmente, nos quedamos un rato en Arregui y Cervantes. Ese fue el recorrido, según recuerdo.

—No nos interesa —me cortó el Negro.

Hasta acá parecía un día más. Era bastante común que, una vez finalizadas las salidas, los varones acompañásemos a las chicas hasta sus casas. Se solía dar, por ejemplo, el siguiente diálogo:

(Una chica hablando por teléfono con su madre)

—Ma, ya voy para casa.

—Era hora. Es tardísimo.

—Sí, ma, ya voy.

—¿Sola?

—No, me acompañan los chicos.

—Ah, entonces me quedo tranquila.

Evidentemente, no nos conocía.

Al dejar a Mario en su casa, anteúltima parada del recorrido, y siendo ya más de las cuatro de la mañana, quedamos solamente Ella y yo. Entonces, haciendo gala de caballero, le ofrecí el brazo para llegar caminando hasta su hogar. Ella aceptó gustosa. Quizás nunca la había visto con otros ojos hasta ese momento. Me sentía en las nubes. Caminaba como si fuese por el aire. Desde Cervantes, por Arregui derecho, fuimos hasta Cortina. Unas seis cuadras. Creo que Ella me iba hablando sobre algún tema de bueyes perdidos. No me importó. No podía escucharla. Ese día era la primera vez que llegaba tan tarde a mi casa y, además, enamorado."

(Algo que lo cambió todo, capítulo 4; fragmento... borrador)

viernes, 14 de agosto de 2020

Agosto del 18

 

«Julio te prepara y agosto te lleva» solía decir mi abuelo, quien murió de cáncer el 14 de agosto de 1997. Jamás imaginé lo que viviría veintiún años después.

El 6 de julio de 2018 Mary terminaba se segunda tanda de quimio, luego de sus dos cirugías. Todo había comenzado dos años antes con un desmayo en nuestra cena de aniversario de casados (8-9 de julio de 2016), aunque el diagnóstico de cáncer nos llegó recién en enero de 2017.

Durante todo ese mes -julio de 2018- la pasó muy mal. No se sentía bien, le dolía todo, seguía perdiendo el pelo y cada vez le costaba más dormir. Eso no impidió que podamos compartir mucho tiempo en familia, alguna salida con amigas, y festejar varios cumples (el de Leo y Ari, los treinta de Juli y los ocho de Nico).

Llegó agosto y nada mejoró. En realidad sí, ya que logramos que pueda dormir mucho más cómoda con nuestro último bien ganancial: un sommier. Luego de catorce años con la misma cama, desde que nos casamos –que es cuando nos fuimos a vivir juntos-, en agosto llegó la novedad. Y allí pasó mucho mejor sus últimos días físicamente entre nosotros.

El martes 7 de agosto fuimos juntos al oncólogo. Allí el especialista nos dijo que todo pintaba muy mal pero quedaba una chance, difícil, y lo iban a evaluar al día siguiente en un ateneo médico interdisciplinario. Dicho así no impacta tanto, pero... ¿se imaginan lo que es saber que tu muerte es inminente y, al parecer, no hay nada por hacer? Así estaba Mary. Nunca perdió la esperanza durante el año y medio de tratamiento; sí tuvo miedo, obvio. Como cuando me dijo, estando en la terraza una noche, solos, entre lágrimas, que tenía miedo de no poder estar con sus hijos en momentos importantes de su vida. Recuerdo que sólo pude abrazarla, darle ánimo, darnos ánimo... y creo haber prometido algo que no estaba en mis manos cumplir: que todo iba a salir bien. También tuvo ataques de angustia, como ese último día en el trabajo de donde volvió llorando de impotencia, y nos quedamos juntos, abrazados, lagrimeando a más no poder, a los pies de nuestra cama.

El miércoles 8 fue un día de impaciencia, ansiedad, y mucha oración. Ella intentaba distraerse con alguna serie en netflix, pero la cabeza no paraba. Me quedan pocos recuerdos de aquel día... seguramente filtrados, bloqueados, censurados y reprimidos por mi inconsciente. Sí tengo presente haber salido a dar unas vueltas con el auto para poder llorar libremente y hacer catarsis insultando en todos los idiomas mientras golpeaba el volante.

El jueves 9, mientras Mary dormía y los chicos estaban en el colegio, recibí un llamado. Tenía que ir a la Fundación Favaloro, donde se atendía, donde hicieron el ateneo, sin Ella. En ese momento entendí todo. De ahí en más tengo imágenes sueltas que intento amalgamar. Nervios. Angustia. Falta de aire. Respiración agitada. No saber bien qué hacer ni para dónde correr. No la desperté porque era una bendición que pudiera hacerlo en esos días y, además, porque no sabía qué carajo decirle. Mi suegro vino a casa para no dejarla sola y yo me fui para allá. Manejaba como zombie. Me caían lágrimas pero tenía la mente en blanco. Ni siquiera recuerdo ir rezando.

Llegué. Estacioné en la cochera de enfrente. Al cruzar la calle me crucé con el tío Carlos. Lo siguiente que puedo reconstruir es estar en una habitación, con varios familiares de Mary, esperando al oncólogo. Entró, dio el diagnóstico que se traducía en una «no queda nada por hacer», y me dio una orden de cuidados paliativos. No pregunté nada. No quise. No pude. No supe. Esperé que se vaya y me encerré en el baño. Me tiré al piso y comencé a llorar desconsolado. Como nunca. Se me estaba derrumbando la vida. Lloraba, lloraba y seguía llorando. Apenas hacía una pausa para poder respirar y continuar llorando. Angustia. Sufrimiento. Dolor. ¿Por qué? ¿¿¡Por qué?!? Quería quedarme tirado en el piso sin levantarme. No sentía fuerzas para nada. Solo quería llorar hasta desmayarme. Sé que al rato me sacó mi cuñado y nos volvimos para casa. Otra vez manejando sin pensar en nada pero con lágrimas en los ojos que caían sin que pudiera controlarlas.

Entramos a mi casa, con su madre y su tío; ya estaba su padre. Creo que les había pedido que no le avisaran nada a Mary porque yo quería decírselo en persona y a solas.  La saludé a Ella. No preguntó nada. No hizo falta. Tampoco le comenté nada. Me fui a la farmacia a comprarle los calmantes que le habían recetado y, en el camino, llamé a Joaco. Me atendió, iba a empezar a hablar y… se me hizo un nudo en la garganta. Corté. Mi hermano alcanzó a escuchar el llanto y me devolvió la llamada. Le dije que Mary se iba a morir, y otra vez a llorar angustiado. «Voy para allá», me dijo. Vino de inmediato. La escena, con tantas personas en casa, no necesitaba mucha explicación. Más tarde se fueron yendo todos, y Joaquín se llevó a Lucía y Nicolás a dormir a su parroquia de manera que pudiéramos hablar tranquilos.

Ese mismo jueves tuvimos nuestra noche a solas, cuando le dije lo más doloroso de mi vida: que se iba a morir antes de que pudiésemos envejecer juntos. Sólo comparable a lo que, días después, tuve que decirle a Lu y Nico: que su mamá ya no iba a estar más físicamente entre nosotros.

El viernes 10, juntos, les dijimos a nuestros hijos lo mismo. Buscamos las palabras, y juro que no existían. Mary quiso decirlo ella, pero no pudo. Primero solo con Lu, y después los cuatro juntos con Nico. Muchas lágrimas, mucha angustia y mucho dolor. Mary dijo que fue lo más difícil que tuvo que hacer en toda su vida. Recordarlo es casi revivirlo con esa intensidad. Pero fue sano haberlo hecho. Y pudimos hacerlo, gracias a Dios.

Ese mismo viernes renunció a su trabajo y, al cortar el teléfono, dijo algo que en su momento tenía sentido pero, a los pocos días, recuperaría todo su significado profético: «ahora voy a tener más tiempo para Javi, Lu y Nico». Y hoy tiene toda la eternidad. Y es nuestro ángel.

El sábado 11 fue el momento de las visitas, las despedidas, los pedidos, las promesas y las misiones. Ella planificó su agenda de manera tal de ver a toda la familia ese finde, y le quedaron algunas amigas para la semana. Lamentablemente no llegó.

Por la tarde su tío le dio la unción de los enfermos; «estoy llena del Espíritu Santo» dijo al recibir el sacramento. Y si bien siempre fue una mujer creyente, nunca vivió la fe con tanta intensidad como esa última semana. Irradiaba luz. Y vaya si se notaba.

Esa noche, estando con Mary acostados en nuestra cama, se dio el siguiente diálogo:

Te amo.

Yo también te amo me dijo Ella.

Ya lo sé. Siempre lo supe.

Y sonreímos juntos, mirándonos a los ojos.

Tres días antes nos habían dado la peor noticia: ya no había tratamiento posible para su cáncer.

Dos días antes habíamos hecho lo más doloroso de nuestras vidas: contárselo a Lu y Nico.

Dos días después Ella se iba a quedar dormida y no despertar más, pero en ese momento no lo sabíamos.

Tres días después Ella se iba de este mundo para no volver más, pero en ese momento no lo sabíamos.

Y siguió el diálogo:

Ojalá pudiera ocupar tu lugar.

No sabés lo que estás pidiendo... me dijo Ella. 

Y lloramos juntos, mirándonos a los ojos.

Y nos abrazamos. Y nos quedamos dormidos...

Se me confunden un poco las fechas pero sé que llevé a Lu a kinesiología y a un cumpleaños de una amiga. Nico, en cambio, fue a jugar al fútbol al Newbery, como todos los sábados… ¡y ganaron con seis goles suyos! Intentamos, dentro de lo posible, seguir haciendo vida normal con ellos.

El último evento social consciente de Mary fue una misa que ella misma organizó. Fue en nuestra pieza, y muchas noches la sigo recordando. Vino casi toda la familia cercana, y realmente no sé cómo hicimos para entrar. Ella encabezó la celebración desde nuestra cama. Su tío, el cura, presidió; padres, hermanos, cuñados, suegros, primos y tíos, acompañaron. Lu estuvo de monaguilla y Nico terminó acomodándose a su lado, bien abrazadito. Yo no sabía dónde ponerme, ni qué hacer, y Ella me llamó con su dulce voz y, con un gesto que nunca en mi vida voy a olvidar, palmeó el colchón, a su lado, para que me siente junto a Ella.

Ese domingo 12 de agosto, a la tarde, se despidió. Finalizada la misa me pidió que se vayan todos porque necesitaba descansar. Estaba exhausta. Cuando solo quedábamos los cuatro le dio un beso a Lu y Nico, y se acostó a dormir. Se despertó a medianoche, cuando tuvimos nuestro último diálogo estando ambos despiertos. Le di la medicación para el dolor, la tapé, me acosté a su lado, recuerdo que nos besamos, nos deseamos buenas noches... Y nunca más despertó.

Durante el 13 de agosto y la mañana del 14, nos despedimos varias veces con los chicos. Ella parecía dormida pero nosotros le hablábamos igual. Lloramos mucho y Ella, estando en coma, también lloró. Brotaron lágrimas de sus ojos y, como reflejo, de los nuestros también. La abrazamos. Le dimos besos. Lu le hizo la señal de la cruz con agua bendita y le prometió, en nombre de los tres, que íbamos a ser muy felices por Ella.

Mary se fue llena de Dios. Con mucha fortaleza y mucha paz, algo que nos regaló también a los demás. Y por eso tengo la certeza que ya está viviendo resucitada, en la Gloria de Dios, con Él, feliz. Desde aquel 14 de agosto de 2018 y para siempre, por la eternidad.

Mary partió feliz, y hoy sigue amándonos y cuidándonos desde la eternidad. Amén.

sábado, 8 de agosto de 2020

Algo que lo cambió todo

            "El 8 de agosto de 1997, sin embargo, sucedió algo que lo cambió todo. Aquel día me iba a un retiro de animadores en Venado Tuerto junto con otros cinco integrantes del grupo: Diana, Patricia, Vani, Maxi y Mario. Ella, que había venido a despedirnos junto con algunas de las pibas, me pidió si, de ahora en más, podía acompañarla a su casa cuando volvíamos del grupo. Le dije que sí, como le hubiese dicho a casi cualquier otra.

            —A casi cualquier otra —repitió el Negro, enfatizando el “casi”.

            Recuerdo la escena con nitidez. Estábamos en la puerta del SanRa, en aquel lugar que transité tantas veces, durante tantos años. Ella estaba en la escalinata de entrada utilizando alguno de los escalones como plataforma para intentar ponerse a mi altura. Tenía puesto un jardinero negro con una remera amarilla. Y moviendo la cabeza a un lado y otro, con alguna risita escondedora, me dijo:

—Che, Tano, me enteré que vivís a la vuelta de mi casa. ¿Podrías acompañarme los viernes a la noche después del grupo para que no me vuelva caminando sola?

Me tomó por sorpresa. Algo totalmente inesperado. Creo que sabía dónde era su casa ya que, como les dije, es la hermana de un compañero de la secundaria. Pero nunca me imaginé que podía llegar a hacerme esa propuesta. Y no lo dudé. Ni tiempo para dudarlo tuve. Su mirada me exigía una respuesta rápida. Es más, su mirada me exigía una respuesta rápida y afirmativa.

—Sí —le respondí—. Obvio.

Me di vuelta, tomé mi bolso y me fui volando. Justo nos dijeron que ya partíamos y aproveché la excusa. Me sentía raro. Estaba avergonzado y no sabía bien de qué ni por qué. Mi timidez, una vez más, me jugaba una mala pasada. Me escapé, en realidad, porque me había puesto colorado y no quería que se den cuenta.

            —Está buena, eh —me dijo Mario ni bien subimos al micro, mientras me codeaba.

            —¿Qué cosa? —le pregunté.

           —Daaale —me respondió, estirando la primera vocal—. No te hagas el boludo conmigo —agregó, y esta vez me pegó una piña en el hombro sin dejar de sonreír de manera pícara.

            —No sé de qué me hablas, Mario.

            —Mecha, gil.

            —Aaahhh. Ella, sí. Está re buena. ¿Y qué?

            —¿Cómo «y qué»? ¿No viste cómo te miraba cuando te hablaba recién?

            —Sí, me miraba desde abajo porque es medio petisa.

            —Nooo, hermano. No te duermas. Ahí podés jugar un lindo partido, eh…

       —Sabés que no —le dije de manera cortante, inclinando un poco la cabeza hacia la izquierda, sin separar mucho los labios y abriendo bien los ojos.

            Pero ya era inevitable. Y así de fácil se instala una idea.

Con el correr de las horas y los días ingenuamente leí esa señal como una insinuación. El razonamiento era impecable: una piba me pide que la acompañe a la casa; por lo tanto, gusta de mí. Así razonamos los varones, especialmente en la adolescencia. Y si la piba es linda –hermosa en este caso- no tenemos margen: hay que avanzar.

Pero su pedido, sin embargo, tenía otros intereses detrás..."


("Algo que lo cambió todo", capítulo 4; fragmento... borrador)