“Aunque te duela la muerte de hoy, mira la espiga que crece”. Eso
decía el último estado de Whatsapp de Mary. Lo escribió en referencia a la
muerte de su tía y madrina, un día después de su primer aniversario… y menos de
dos meses antes de su propia muerte.
El emoji al final indica que es
un tema musical. Para los que no reconocen la frase, les cuento que es de una
canción de misa: “Canción del grano de trigo”; quizás el canto de ofrenda que
más hayamos entonado juntos durante nuestra adolescencia.
La frase en sí tiene mucha
potencia. Deja explicitado que la muerte duele pero, así y todo, hay que mirar
eso nuevo que nace y que sigue creciendo. Pero recién en el contexto de toda la
letra de la canción cobra pleno sentido. La muerte no es el final sino un nuevo
comienzo. El grano de trigo tiene que caer en tierra, desaparecer, morir, para
que nazca la espiga. Como dijo Jesús, el Sembrador, Aquel que dio su vida por
nosotros, que hace fecunda la muerte, que nos regala la eternidad: “Les aseguro que si el grano de trigo que cae
en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12,
24). Y lo reafirma San Pablo, hablando de la resurrección de los cuerpos: “Lo que siembras no llega a tener vida, si
antes no muere” (1 Cor 15, 36b).
Casualmente, o no, en estos días
vengo preparando, de a poco, con tiempo, una charla que me pidieron para una
Escuela de Espiritualidad. Se titula: “Resignificar
las ausencias, transitar un duelo, certezas para vivir. En clave de fe”. ¿Y
cómo no incorporar este estado de whatsapp, esta canción, estas citas y
reflexiones? Lo que tampoco parece ser casualidad es la fecha de esa charla: 12
de agosto, tercer aniversario de la Misa de Despedida de Mary que Ella misma
organizó –en nuestra pieza- y celebró, diría presidió… último día que Ella
estuvo despierta por estos lados.
Para ir cerrando quisiera
quedarme con la foto que Mary dejó en su perfil de Whatsapp, y que acompaña ese
último estado pese a que venía de tiempo antes. Es una imagen de nuestras
últimas vacaciones familiares los cuatro juntos, seguramente las mejores que
vivimos. El que está sacando la foto soy yo mientras los tres, abrazados, me
miran. De fondo, las Cataratas, a las que Mary describió como “Paraíso” en ese
mismo viaje. Lugar que quisimos visitar durante muchísimo tiempo y recién
pudimos concretarlo al final, como para que no nos quede sin hacer; quizás lo
único que nos quedó pendiente fue envejecer juntos. Y aunque no sé el porqué de
su partida, tengo certeza del reencuentro:
“Y un día al Padre volveré,
a descubrir el secreto
de la pequeña semilla que fiel
cobró su herencia en el cielo”