lunes, 17 de mayo de 2021

Un 17 de mayo de 1997...


Un 17 de mayo de 1997, hace exactamente 24 años, Ella festejaba sus 15 años… tres días después de su cumple, dos semanas después de habernos conocido (en aquel famoso retiro). Y yo asistí siendo invitado apenas una semana antes a su fiesta sorpresa. Algunos dicen que estuve allí por azar, de casualidad… yo elijo creer que formaba parte del Sueño de Dios para nosotros dos.

Mientras me dispongo a escribir un relato sobre lo sucedido, recuerdo varias cosas de la previa; por ejemplo, ir a comprarme una camisa manga larga en la semana para cumplir con el “elegante sport”. Reaparecen algunas sensaciones de lo que fue prepararme para mi primer Quince no familiar… aunque poco más de siete años después, al casarnos, ya se volvió confusa esa distinción. También tengo la imagen de estar ese mismo día, con algunos amigos con quienes decidimos ir juntos, en la esquina de Jonte y Bermúdez intentando descifrar qué pasaje era Renqué Curá -no había GPS por aquel entonces- calle que seguí visitando muchísimas veces luego de aquella fecha.


De la fiesta en sí lo primero que recuerdo es su entrada, de lo que da cuenta una de las fotos. Era sorpresa y su cara lo deja ver a la perfección. Como escribí en “Vale la pena”: «El 17 de mayo fui, junto con varios amigos, a su fiesta. Recuerdo su entrada y su sorpresa al verme. En realidad se sorprendió porque no sabía nada de la fiesta. Y tampoco fue al verme, sino al ver a tanta gente. Es más, sospecho que no me vio. El cumpleaños pasó, para mí, sin pena ni gloria. Tampoco, quiero aclarar, buscaba nada... todavía».


Otros tres detalles a compartir. En primer lugar, el cuadro de firmas. Ni bien entrabas lo veías, en la planta baja. Pero como estaba medio vacío y no sabía qué escribirle a esa casi desconocida, seguí de largo. Las mesas, la comida, el baile… el festejo era en el piso de arriba, la terraza (¿les dije que era la casa de sus tíos?). Pero antes de irme, al volver a pasar, decidí dejar un simple mensajito. No lo pensé mucho. “María Elena: Que pases un muy feliz 15. Javier (Tano)”. Creo que nunca en mi vida le dije “María Elena” antes ni después (¿habrá sido porque es el mismo nombre que mi madre y que su madre? ¿o porque Ella prefería otras opciones?). Mary, por su parte, me dijo “Tano” durante unos meses, luego pasé a ser “Javi” y, entre “mi amor” y “mi vida”, también aparecía un “Javier” cuando la cosa no andaba tan bien. Finalmente ese mensaje quedó ahí, para siempre, en ese cuadro que sigue colgado en la casa de mis suegros.


En segunda instancia, una canción que fue emblema de la fiesta: “La flor más bella” de Memphis La Blusera. Si bien con el tiempo llegué a verla como una descripción suya, en ese momento tenía otro sentido. Cada vez que Otero cantaba "Ella", en medio de su fiesta, algunos gritábamos "Mecha". ¿Y quién era Mecha? ¡Ella! ¿Por qué? En el cole la nombrábamos como M.E.Cha.: María Elena Chaves... (¿ya les conté que era la hermana de un compañero de curso que, obviamente, tenía ese mismo apellido?) Después pasó a ser Mariela y, para mí, terminó siendo Mary.


Por último, el souvenir. Estaban todos colocados junto al cuadro de firmas. Era verla a Ella repetida más de cien veces. Me pareció linda desde la primera vez que la vi… y más una semana después cuando fue al baile del colegio con un jean negro y una remera blanca, imagen que todavía guardo con mucha nitidez. Ni que hablar en el Quince, con ese vestido naranja. Pero esos cuadritos resaltaban más aún las facciones de su bello rostro. Era hermosa, lo sabía, pero hasta ahí seguía siendo una compañera más del grupo juvenil pastoral. Sin embargo, me llevé un souvenir. Llegué a casa y lo dejé perdido en alguno de los estantes de mi pieza. Meses después, cuando empezó a dejar de ser una más, cuando comencé a enamorarme, ese cuadrito, esa foto, pasó a ocupar un lugar sobre la tele de mi pieza. La veía al despertarme y al irme a acostar. De agosto del 97 a febrero del 98 pasé varias tardes escuchando música mientras la miraba, y algunas noches más llorando mientras le suplicaba a ese souvenir que Ella me diera bola. De las tres variantes, el mío, el que me acompañó durante los seis meses de amistad y los seis años de noviazgo, es el del pelo hacia arriba que Ella se estira levantando los brazos. Los otros llegaron a nuestro hogar común cuando nos casamos. Y hoy, los pocos que quedan, siguen dando vueltas a la vista por algunos lugares de la casa.


Ese 17 de mayo del 97 estuve ahí sin saber lo que pasaría tiempo después. A los tres meses, mediados de agosto, Ella ya me consideraba su amigo… y yo comenzaba a buscar algo más. Veintiún años después, mediados de agosto pero del 2018, Ella partía de este mundo. Hoy, veinticuatro años después de aquella Fiesta de Quince, me hace muy feliz saber que compartimos la vida durante tanto tiempo. Y me alegra también poder recordarla así: FELIZ. Al fin y al cabo, fue lo primero que le deseé en aquel breve escrito… pero gracias a Dios, a nosotros, a nuestros hijos, a tantas otras personas, se hizo extensivo muchísimo más allá de sus quince. Y vuelvo a mirar las fotos, el souvenir, a escuchar “La flor más bella”, a recordarla, a hacerla presente… y eso hace que la extrañe menos, mientras sigo caminando hacia nuestro encuentro definitivo, con ganas de poder volver a matear con Ella y seguir compartiendo la Vida, ahora sí plena y eterna.

lunes, 3 de mayo de 2021

La primera foto...


Parece una foto cualquiera. Está mal sacada, como sin ganas. Desconozco quien presionó el botón de esa cámara analógica, de esas que casi ya no se usan. Pero agradezco tener esa foto, y también seguir conservando esa cámara. Son recuerdos, de esos que invitan a seguir caminando. Son recuerdos, de esos que vienen desde allá lejos pero no dejan de acompañarnos en este peregrinar. Y la foto está en un álbum donde, además, se conserva su letra… esa letra de sus 15 pero tan Ella que no cambió mucho en los siguientes 20 años.

Esa foto, esa cámara, ese álbum dan cuenta de uno de los primeros registros de nuestra vida en común. Esa es la primera foto en la que aparecemos juntos… aunque decir “juntos” es un montón. Estamos uno de cada lado, a ambos extremos de la imagen. Yo acostado, con un buzo arremangado (¿por qué yo estaría usando abrigo?), y ese corte raya al medio que –afortunadamente- duró poquito tiempo. Ella… tan Ella. Brilla, sonríe… como (casi) siempre lo hizo. Presto atención y la verdad es que la calidad del revelado no ayuda, o con el tiempo fue perdiendo nitidez como suele suceder con los recuerdos… sin embargo puedo imaginarme su rostro aunque no se vea tan claro en la foto.

Hace exactamente 24 años, un 3 de mayo del 97, aparecía este primer momento juntos del que tenemos registro. “¿Por qué decís «del que tienen registro»?”, me preguntó Nico en la cena, hace un rato, mientras daba cuenta de esta misma historia. “Porque es muy probable que nos hayamos encontrado otras veces antes, sin saberlo”, le dije. Y puse de ejemplo alguna misa en Ntra. Sra. de la Salud, algún acto escolar de su hermano (mi cuñado y compañero de colegio), algún cruce ocasional por las calles del barrio, en un local, o lo que siempre dijimos: esos arbustos mágicos, laberínticos, de la Plaza Ciudad de Banff donde solíamos escondernos de niños.

Acá sigue esta foto, en este álbum, y con la cámara (cual antigüedad adornando una de las tantas bibliotecas de la casa). Acá sigue el recuerdo. Y acá sigue Ella, haciéndose presente a cada momento de esta vida, de nuestra vida, de este seguir caminando hasta que volvamos a encontrarnos y poder tomarnos unos mates para continuar regalándonos tantas historias compartidas.