Hoy
es miércoles 18 de febrero de 1998 y me encuentro, una vez más, en un tren a
punto de salir de la estación de Moreno. Mariela está sentada en un asiento
frente a mí, en diagonal. La miro. Me mira. Nos miramos. Nos sonreímos.
Estamos volviendo de la quinta de
mis viejos. Ayer vinieron los pibes de JuvenCor a pasar el día. Éramos doce.
Los de siempre y algunos más, inclusive Luciano. Franco no pudo venir porque
rendía Psicología, y ahora estamos yendo hacia el colegio para ver cómo le fue.
Yo estaba en la quinta desde el día anterior y Mariela fue quien los trajo,
gracias a mis indicaciones. Es más, recuerdo que mientras explicaba cómo
llegar, días atrás, Ella y yo estábamos peleados, enojados, y me miraba con
mucha atención sin dejar de demostrarme que le tenía que pedir perdón por algo
que yo no terminaba de entender. Eso sucedió el domingo, después de misa.
Durante todo el martes estuvimos
haciendo deportes, pileteando, guitarreando, y mucha charla en grupitos. Pao,
nuestra amiga, estuvo jugando a la perfección su papel de celestina y parecía
que todo estaba dado para dar el gran paso anoche.
Después de cenar nos pusimos a ver el
VHS de Unen canto con humor de Les
Luthiers. Todos riendo a carcajadas. Ella se me sentó al lado y me acariciaba
la pierna con sus pies por debajo de la mesa. Se moría de sueño pero hacía lo
imposible por resistir para que podamos apartarnos a solas y... yo la embarré.
Sin darme cuenta. Quise hacer un chiste, Mariela lo interpretó mal, pensó que
la estaba echando y se fue a dormir. Yo, por mi parte, me quedé toda la noche
despierto.
Hoy a la mañana, sin saber cómo ni
porqué, nos encontramos desayunando solos, Ella y yo, en el comedor. En un
momento ingresó una de las pibas que venía del parque y, al vernos, salió
rajando como si hubiera visto un fantasma. Sucede que afuera había mucha expectativa
por lo que podía pasar adentro. Estaban a nada de levantar apuestas. Y yo, que
deseaba un primer beso mágico, inolvidable, desarmé la escena y pospuse –una
vez más- lo que creía inevitable.
Estamos por llegar a Liniers. Todo
el viaje fue un intercambio de miradas cómplices y tímidas sonrisas que
insinuaban mucho. No podíamos dejar de hacer conexión visual pero, a la vez,
bajábamos de inmediato la vista como si nos diera vergüenza. Nos estábamos
mirando el alma.
Bajamos en Liniers. Mientras esperamos
el colectivo, me pongo a charlar con Luciano. En realidad él me empezó a
hablar. Es incómodo. No nos llevamos bien desde hace un tiempo. Los dos sabemos
que somos, más que adversarios, enemigos. Él hizo cosas que no se hacen, y
menos a un amigo. Jugó por atrás, a traición. Se aprovechó de saber que yo
gustaba de Mariela mientras me ocultaba su interés. Y nos quiso manipular a los
dos. Pero sigue siendo parte del grupo y, con todas mis precauciones, no puedo
hacerlo a un lado. Menos ahora.
En medio de esta conversación, y por una supuesta apuesta, Luciano
me pone un pico. De la nada. Rarísimo. No entiendo bien el porqué. Mariela, que
mira atónita toda la situación, alcanza a decirme: «Espero que el próximo beso lo elijas bien». Y yo, en silencio,
imploro lo mismo.
De pronto, casi por arte de magia,
quedamos solo tres parejas. Dos que ya habían concretado y nosotros. Con un
rápido y efectivo cruce de miradas logro que los otros cuatro rumbeen para otros
lados. Percibo que, antes de irse, Franco y Pao, a mis espaldas, le hacen un
gesto a Mariela. Para responderles, Ella, que estaba frente a mí, bastante
cerca, pasa su brazo por debajo del mío, acercándose demasiado a mi pecho, tanto
que puedo sentir su respiración, y les hace otro gesto, al parecer con uno de
sus dedos, creo que el del medio. Ella también siente la mía, mi respiración,
que se agita a cada microsegundo. Le digo, le pido, que por favor espere… y,
luego de una pausa dudosa, entiende todo.
Nos vamos a mi casa, solos.
Llegamos. Llama a su familia para avisar que ya está de nuevo por esta zona
pero que no tiene pensado volver por ahora. Nos da tiempo. Al rato salimos y
empezamos a caminar sin rumbo fijo. Intuyo cómo sigue esta historia. O al menos
cómo debiera seguir. Sé lo que Ella espera. Sé lo que yo deseo. ¿Me animaré?
Estoy nervioso. ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo se hace? ¿En qué momento? ¿De qué
manera? Ojalá Mariela me ayude.
Hacemos pocas
cuadras y, casi llegando a la esquina de Martín Fierro y Virgilio, se produce
el siguiente diálogo:
—No dormiste anoche, ¿no?
—No —le respondo, sin entender mucho la razón de sus
palabras.
—Se nota.
—¿Por qué? —pregunto ingenuamente.
—Porque estás lento.
Y acuso el golpe. Me siento herido
en mi orgullo. Si se había propuesto provocarme, lo logró a la perfección.
Durante este diálogo no dejamos de caminar por lo que su
frase final nos encuentra habiendo cruzado Virgilio, casi doblando a la
izquierda de Martín Fierro hacia Arregui. Y, siendo las dos menos diez de la
tarde, bajo el cálido sol del mediodía, la dejo avanzar un paso por delante, la
tomo del brazo con mucha ternura, se da vuelta, me mira, la miro, me espera, me
acerco, inclina la cabeza, cierra los ojos, hago lo mismo, me dejo llevar,
avanzo y... nuestros labios se rozan suavemente, siento el dulce sabor de su
boca en todo mi cuerpo, mis manos buscan su cintura, la rodeo, la acerco un
poco más, mientras nuestros labios siguen buscándose y encontrándose. Mi mano
derecha ahora corre su pelo hacia detrás de su oreja, de manera tierna,
acariciando su mejilla al pasar. El beso va ganando en intensidad, nuestras
respiraciones se aceleran, la ternura va dejando lugar a la pasión, la sujeto
de la cintura con ambas manos otra vez, nuestras bocas parecen fundirse por un
instante y nuestros cuerpos se exploran al contacto de la piel. Todo alrededor
parece desaparecer y el mundo somos solamente nosotros dos. Deseo que este
momento no termine nunca. De pronto vuelve la calma, nuestros labios se separan
con cuidado y suavidad, como queriendo saborearse hasta el final. Nos alejamos
apenas, abrimos los ojos, nos miramos, nos sonreímos… le sonrío como jamás
había sonreído en mi vida y sus ojos brillan más que nunca. En este mismo
momento sabemos, sentimos, que lo nuestro es para siempre. ¿Cuánto duró este
primer beso? No lo sé. Una eternidad, más o menos.
Lo que está pasando forma parte de
esos recuerdos que quedarán grabados para siempre en mi corazón, en nuestros
corazones. Le canto, a capella, mientras caminamos de la mano, La cosa más bella de Eros Ramazotti: «Cómo
comenzamos, yo no lo sé, la historia que no tiene fin. Ni cómo llegaste a ser
la mujer que toda la vida pedí... ¿recuerdas el día que te canté? Fue un súbito
escalofrío...». Ella ríe e irradia felicidad. Y yo vuelvo a experimentar el
cielo.
Vamos a la plaza Terán y le entrego un anillo con un
corazón rojo que, previendo esta ocasión, había comprado unos días antes. Caminamos
como flotando, pisando con suavidad las moléculas de aire. Sus ojos brillan y,
según puedo reconocer en su reflejo, los míos también. Nos besamos una y otra
vez, como queriendo volver a probar a cada paso el sabor de nuestros labios.
Nos dirigimos a mi casa con el único
fin de comenzar, de a poco, y en el arbitrario orden que elegimos, a
oficializar nuestra relación. Decidimos que la primera en saber debe ser Pao,
nuestra gran amiga en común, nuestra celestina. Pero nos da ocupado de manera
constante razón por la cual optamos por emplear nuestro tiempo en otros
menesteres no tan telefónicos.
Al rato, bastante después, la
acompaño a su casa. Luego de tantas horas de besarnos, nos despedimos con un
tierno abrazo. Y entiendo que amar también es poder demorarse en un abrazo sin tener que dar
explicaciones.
La dejo en su casa y, mientras camino de regreso a la mía,
voy pensando. Nuestra historia es deudora de seis meses de amistad pero hoy
marcamos un nuevo mojón en el camino. Un beso que lo cambió todo. Hoy,
miércoles 18 de febrero de 1998, comienza una nueva etapa que, Dios quiera, marcará
a fuego nuestras vidas para siempre. Una decisión que se hace semilla para, con
los años, poder ir dando frutos de felicidad. Un día especial e inolvidable
donde el amor se hizo historia en esta historia de amor.
(Capítulo 71 de "Vale la pena. Diario de alguien que ama")