Hasta ahora no me había
animado a escribirlo, pero necesito hacerlo. Quiero contarlo. Mary
partió feliz...
Obviamente que Ella no
quería morir. Mary amaba la vida. Amaba su vida, y la de los demás.
Y si hubiera podido elegir, se quedaba con nosotros. Nadie tiene
apuro en irse con Dios, ya que la eternidad puede esperar.
Pero, a su vez, Ella la
tenía re clara. Desde siempre. Hace poco encontré un escrito suyo
en una agenda. Era una especie de balance de fin de año de 1999. Con
apenas 17 años, escribió: “Pero todo esto no tendría sentido
si no estuviera Cristo conmigo y si mi objetivo no fuera llegar a la
vida eterna y compartir con Él la paz y la tranquilidad de la
eternidad”. Qué clara la tenía...
Con esa certeza, vivió
su vida a pleno. Cumplió sus sueños, esos que aparecen en cartas de
hace 20, 15, 10 años... Se casó con el amor de su vida (modestia
aparte, y dicho con mucha humildad). Tuvo una hija y un hijo, dos
personitas hermosas de las que siempre estuvo muy orgullosa (y lo
seguirá estando). Disfrutó estudiar en la universidad, con sus idas
y venidas. Amó su profesión y la ejerció con pasión. Superó
muchas dificultades, y siempre se sobrepuso. Hasta que llegó el
maldito cáncer, al que le dió batalla por un año y medio. Nunca
bajó los brazos. Nunca se puso en el lugar de víctima, y la mayoría
de las personas que la conocían nunca supieron de su enfermedad
hasta su partida. Ella siguió, como pudo, trabajando, haciendo
cursos, generando proyectos, ocupándose de la rutina diaria, al
tanto de las necesidades de familia y amigos, y cuidando con mucho
amor y ternura a su esposo e hijos.
La casa, nuestro hogar,
quedó con las remodelaciones que ella eligió hacerle. Sólo nos
queda hacer realidad la huerta orgánica. Después de muchos años de
espera, llegó el placard gigante que siempre quiso en su pieza,
donde ya estaban el espejo y las mesitas de luz que tanto le
gustaban. Y sus últimas dos semanas las durmió en el sommier que
tantas veces no pudimos comprar y que finalmente fue clave en el
descanso merecido de sus últimos días. El lugar que siempre deseó
conocer fue el destino de nuestras últimas vacaciones familiares.
Las mejores de nuestra vida.
Y si bien siempre fue una
mujer creyente, nunca vivió la fe con tanta intensidad como esa
última semana. Irradiaba luz. Estaba llena del Espíritu Santo, tal
como dijo en el mismo momento de recibir la unción de los enfermos.
Y vaya si se notaba.
En esos días tuvimos
nuestra noche a solas, el jueves 9 de agosto, cuando le dije lo más
doloroso de mi vida: que se iba a morir antes de que pudiésemos
envejecer juntos. Sólo comparable a lo que, días después, tuve que
decirle a Lu y Nico: que su mamá ya no iba a estar más físicamente
entre nosotros.
El viernes 10, juntos, le
dijimos a nuestros hijos lo mismo. Buscamos las palabras, y juro que
no existían. Mary quiso decirlo ella, pero no pudo. Primero solo con
Lu, y después los 4 juntos con Nico. Muchas lágrimas, mucha
angustia y mucho dolor. Mary dijo que fue lo más difícil que tuvo que hacer en toda su vida. Recordarlo es casi revivirlo con esa
intensidad. Pero fue sano haberlo hecho. Y pudimos hacerlo, gracias a
Dios.
Ese mismo viernes
renunció a su trabajo y, al cortar el teléfono, dijo algo que en su
momento tenía sentido pero, a los pocos días, recuperaría todo su
significado profético: “ahora voy a tener más tiempo para
Javi, Lu y Nico”. Y hoy tiene toda la eternidad. Y es nuestro
ángel.
El sábado 11 fue el
momento de las visitas, las despedidas, los pedidos, las promesas y
las misiones. Ella planificó su agenda de manera tal de ver a toda
la familia ese finde, y le quedaron algunas amigas para la semana.
Lamentablemente no llegó.
Su último evento social
consciente fue una misa que ella mismo organizó. Fue en nuestra
pieza, y la sigo recordando cada noche. Vino casi toda la familia
cercana, y realmente no sé cómo hicimos para entrar. Ella encabezó
la celebración desde nuestra cama. Su tío presidió, padres,
hermanos, cuñados, suegros, primos y tíos, acompañaron. Lu estuvo
de monaguilla, y Nico terminó acomodándose a su lado, bien
abrazadito. Yo no sabía dónde ponerme, ni qué hacer, y Ella me
llamó con su dulce voz y, con un gesto que nunca en mi vida voy a
olvidar, palmeó el colchón, a su lado, para que me siente junto a
Ella.
Ese domingo 12 de agosto,
a la tarde, se despidió. Finalizada la Misa me pidió que se vayan
todos, para descansar. Cuando sólo quedábamos los 4, le dio un beso
a Lu y Nico, y se acostó a dormir. Sólo se despertó a medianoche,
cuando tuvimos nuestro último diálogo estando ambos despiertos. Le
dí la medicación para el dolor, la tapé, me acosté a su lado,
recuerdo que nos besamos, nos deseamos buenas noches... Y nunca más
despertó.
Durante el 13 de agosto y
la mañana del 14, nos despedimos varias veces con los chicos.
Lloramos mucho y ella, estando en coma, también lloró. La
abrazamos. Le dimos besos. Lu le hizo la señal de la cruz con agua
bendita y le prometió, en nombre de los 3, que íbamos a ser muy
felices por Ella.
Mary se fue llena de
Dios. Con mucha fortaleza y mucha paz, algo que nos regaló también
a los demás. Y por eso tengo la certeza que ya está viviendo
resucitada, en la Gloria de Dios, con Él, feliz. Desde aquel 14 de
agosto de 2018 y para siempre, por la eternidad.
Gracias por compartir tu testimonio.
ResponderBorrarBendiciones
Mary siempre fue Luz y ahora , más q nunca sigue iluminándonos.Me viene a la mente un pedacito d canción q hicimos ayer en la misa,donde pedí x ella
ResponderBorrar" Aunque mis ojos no te puedan ver,sé q estás aquí.Aunque mis manos no puedan tocar tu rostro...,sé q estás aquí....."