"El dolor del duelo no se parece a ningún otro. Se lo suele intentar
negar o disfrazar, pero la muerte de un ser amado exige toda la atención
del alma. Si se acepta ese reclamo uno descubre que el amor no se va
con la persona que murió. Y que sentirlo sigue siendo, a pesar de todo,
un privilegio.
Desde que mi
hijo murió, el mundo está lleno de sorpresas; el sol sigue pintando el
día de naranja y oro, como ayer. El viento sopla igual de caliente. Las
hojas siguen desvistiendo a los árboles en otoño, la lluvia, otra vez,
le arranca al paso aromas primitivos. Los autos corren, los chicos ríen,
los noticieros de la noche dan cuenta del mismo país de siempre. Nada
cambió pero el mundo es otro.
El duelo es como una repentina enfermedad con síntomas desconocidos. Por momentos el dolor se trata todo el aire, encoge los hombros, arrastra los pies, apaga la mirada. Y por instantes, contra todo lo esperable se transforma en otra cosa que en lugar de apagar aviva una extraña urgencia que enciende los tonos del cielo, acelera el pulso, despabila. Como si de golpe se esfumara del planeta toda rutina, toda chatura, toda esterilidad. Como si el amor por la persona fallecida de pronto desbordara los límites de ese nombre, ese rostro, ese cuerpo, para abarcar el universo entero. Y entonces uno descubre que el amor después del despojo gobierna hasta los actos más mínimos: mirar la lluvia, caminar, tomar a sorbos una taza de café.
Casi todos vivimos construyendo fuertes para protegernos del dolor. Muros para encerrarlo, conjuros para ahuyentarlos. Y ante una muerte muy cercana, el miedo se confirma: el primer impacto es demoledor. Pero al tiempo uno se da cuenta de que el dolor de haber amado tanto, de seguir amando tanto, es un camino privilegiado para el alma. Porque poder seguir amando con la misma entrega ante la ausencia se parece un poco a vencer a la muerte.
No. Se parece un poco a amar la vida."
El Camino del Duelo
El duelo es como una repentina enfermedad con síntomas desconocidos. Por momentos el dolor se trata todo el aire, encoge los hombros, arrastra los pies, apaga la mirada. Y por instantes, contra todo lo esperable se transforma en otra cosa que en lugar de apagar aviva una extraña urgencia que enciende los tonos del cielo, acelera el pulso, despabila. Como si de golpe se esfumara del planeta toda rutina, toda chatura, toda esterilidad. Como si el amor por la persona fallecida de pronto desbordara los límites de ese nombre, ese rostro, ese cuerpo, para abarcar el universo entero. Y entonces uno descubre que el amor después del despojo gobierna hasta los actos más mínimos: mirar la lluvia, caminar, tomar a sorbos una taza de café.
Casi todos vivimos construyendo fuertes para protegernos del dolor. Muros para encerrarlo, conjuros para ahuyentarlos. Y ante una muerte muy cercana, el miedo se confirma: el primer impacto es demoledor. Pero al tiempo uno se da cuenta de que el dolor de haber amado tanto, de seguir amando tanto, es un camino privilegiado para el alma. Porque poder seguir amando con la misma entrega ante la ausencia se parece un poco a vencer a la muerte.
No. Se parece un poco a amar la vida."
El Camino del Duelo
No hay comentarios.:
Publicar un comentario