El sufrimiento que tiene significado es más soportable.
Wayne Oates considera que el proceso de la aflicción no es completo hasta que el visitado por el duelo no haya descubierto un nuevo significado en la vida.
El descubrimiento del significado no es inmediato. Más bien, el impacto inicial con la muerte sacude la fe. Es un acontecimiento “fuera de programa”, que rompe la familiaridad de los sobrevivientes y los proyectos personales.
La imagen que se tiene de Dios entra en crisis, como es ilustrado por el desahogo de una mujer:
“Me siento traicionada por Dios. Había puesto mi confianza en él. No escuchó mis oraciones. Ni siquiera sé si existe y si se interesa por mí”.
Para otros la relación con Dios puede reforzarse: “Dios me está dando la fuerza que necesito”. “no sé que hubiera hecho si no hubiese tenido fe”, “en la oración es en donde encuentro la paz”.
Para quien está amargado con Dios, un modo de expresar la ira es el de no querer volverá la iglesia ni rezar.
Desahogarse con Dios no es pecaminoso, por el contrario, ayuda a curarse: Dios puede acoger los desahogos humanos. Bastaría releer los Salmos para convencerse de ello.
Juan Arias dirigiéndose a sus amigos no creyentes confirma por medio de una serie de reflexiones sus convicciones con el libro El Dios en quien no creo:
“Sí, yo nunca creeré
en el Dios que ame el dolor.
en el Dios que no necesita del hombre.
en el Dios que “juega” a condenar.
en el Dios que “manda” al infierno.
en el Dios incapaz de amar lo que muchos desprecian.
en el Dios mudo e insensible ante los problemas angustiosos de la humanidad que sufre.
en el Dios a quien le interesan las almas y no los hombres.
en el Dios que creen amar los que no aman a nadie.
en el Dios que “cause” el cáncer, que “envíe” la leucemia, que “haga estéril” a la mujer o que “se lleve” al padre de familia que deja cinco criaturas en la miseria.
En el Dios a quien se le puede rezar solamente de rodillas, que se pueda encontrar solamente en la iglesia,
en el Dios que no vaya al encuentro de quien lo ha abandonado.
en el Dios que no tenga una palabra diversa personal, propia para cada individuo.
en el Dios que no pueda descubrirse en los ojos de un niño o de una hermosa mujer o de una madre que llora.
en el Dios que no tenga misterios, que no sea más grande que nosotros,
en el Dios que acepte como amigo a quien pasa por la tierra sin hacer feliz a nadie, en el Dios que no dé el amor y que no sepa transformar en amor cuanto toca,
en el Dios que no haya nacido del vientre de una muer
en el Dios en el que yo no pueda esperar contra toda esperanza,
Sí, mi Dios es otro Dios”.
Wayne Oates considera que el proceso de la aflicción no es completo hasta que el visitado por el duelo no haya descubierto un nuevo significado en la vida.
El descubrimiento del significado no es inmediato. Más bien, el impacto inicial con la muerte sacude la fe. Es un acontecimiento “fuera de programa”, que rompe la familiaridad de los sobrevivientes y los proyectos personales.
La imagen que se tiene de Dios entra en crisis, como es ilustrado por el desahogo de una mujer:
“Me siento traicionada por Dios. Había puesto mi confianza en él. No escuchó mis oraciones. Ni siquiera sé si existe y si se interesa por mí”.
Para otros la relación con Dios puede reforzarse: “Dios me está dando la fuerza que necesito”. “no sé que hubiera hecho si no hubiese tenido fe”, “en la oración es en donde encuentro la paz”.
Para quien está amargado con Dios, un modo de expresar la ira es el de no querer volverá la iglesia ni rezar.
Desahogarse con Dios no es pecaminoso, por el contrario, ayuda a curarse: Dios puede acoger los desahogos humanos. Bastaría releer los Salmos para convencerse de ello.
Juan Arias dirigiéndose a sus amigos no creyentes confirma por medio de una serie de reflexiones sus convicciones con el libro El Dios en quien no creo:
“Sí, yo nunca creeré
en el Dios que ame el dolor.
en el Dios que no necesita del hombre.
en el Dios que “juega” a condenar.
en el Dios que “manda” al infierno.
en el Dios incapaz de amar lo que muchos desprecian.
en el Dios mudo e insensible ante los problemas angustiosos de la humanidad que sufre.
en el Dios a quien le interesan las almas y no los hombres.
en el Dios que creen amar los que no aman a nadie.
en el Dios que “cause” el cáncer, que “envíe” la leucemia, que “haga estéril” a la mujer o que “se lleve” al padre de familia que deja cinco criaturas en la miseria.
En el Dios a quien se le puede rezar solamente de rodillas, que se pueda encontrar solamente en la iglesia,
en el Dios que no vaya al encuentro de quien lo ha abandonado.
en el Dios que no tenga una palabra diversa personal, propia para cada individuo.
en el Dios que no pueda descubrirse en los ojos de un niño o de una hermosa mujer o de una madre que llora.
en el Dios que no tenga misterios, que no sea más grande que nosotros,
en el Dios que acepte como amigo a quien pasa por la tierra sin hacer feliz a nadie, en el Dios que no dé el amor y que no sepa transformar en amor cuanto toca,
en el Dios que no haya nacido del vientre de una muer
en el Dios en el que yo no pueda esperar contra toda esperanza,
Sí, mi Dios es otro Dios”.
Dios no causa las tragedias:
algunas son causadas por la desgracia, otras por la irresponsabilidad humana, otras son consecuencias inevitables de la naturaleza mortal. Dios no causa ni previene las tragedias, pero da la fuerza para afrontarlas y superarlas.
La fe no protege el dolor, pero ayuda a afrontarlo; no lo explica, pero inspira a usarlo positivamente; no lo absolutiza, pero ayuda a redimensionarlo a través de propuestas de esperanza y la invitación a la solidaridad.
algunas son causadas por la desgracia, otras por la irresponsabilidad humana, otras son consecuencias inevitables de la naturaleza mortal. Dios no causa ni previene las tragedias, pero da la fuerza para afrontarlas y superarlas.
La fe no protege el dolor, pero ayuda a afrontarlo; no lo explica, pero inspira a usarlo positivamente; no lo absolutiza, pero ayuda a redimensionarlo a través de propuestas de esperanza y la invitación a la solidaridad.
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