Entre tantos papeles, dentro de uno de tus cuadernos, del reverso de un programa de una materia que cursaste, encontré este cuento. Evidentemente reutilizaste una hoja que nos sobró en algún encuentro catequísitico-pastoral. Pero leído hoy, cobra otro sentido...
EL HOMBRE VELA
Había una vez un hombre llamado "VELA" que, cansado de las
tinieblas que rodeaban su existencia, se quiso abrir a la luz. Era esa
su ansia, su deseo, su ambición: ¡Recibir luz!
Un día, la luz verdadera que alumbra a todo hombre llegó
con su presencia contagiosa, lo iluminó y lo encendió. Y "VELA" se
sintió feliz por haber recibido la luz que vence las tinieblas y da
seguridad a los corazones.
Muy pronto, se dio cuenta de que el haber recibido la luz,
constituía no sólo una alegría, sino también una fuerte exigencia...
Sí, tomó conciencia de que para que la luz perdurara en él, tenía que
alimentarla desde el interior a través de un diario derretirse, de un
permanente consumirse... Entonces su alegría cobró una dimensión más
profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la
luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación.
En ese consumirse día a día, a ratos pensaba que hubiera
sido más cómodo no haber recibido la luz, pues en vez de un diario
derretirse, su vida hubiera sido un "estar ahí" tranquilamente. Hasta
tuvo la tentación de no alimentar más la llama, de dejar morir la luz,
para no sentirse tan molesto...
También se dio cuenta de que en el mundo existen muchas
corrientes de aire que buscan apagar la luz. Y a la exigencia que había
aceptado de alimentar la luz desde el interior, se unió la llamada
fuerte a defender la luz, de ciertas corrientes de aire que circulan
por el mundo.
Más aún, su luz le permitió mirar más fácilmente a su
alrededor, y alcanzó a darse cuenta de que existen muchas velas
apagadas: unas, porque nunca habían tenido la oportunidad de recibir la
luz; otras, por miedo a derretirse... Y las de más allá, porque no
pudieron defenderse de algunas corrientes de aire. Y se preguntó
preocupado:
- ¿Podré yo encender otras velas?
Y pensando, descubrió también su vocación de apóstol de la luz.
Entonces, se dedicó a encender velas de todas las características, tamaños y edades, para que hubiera mucha luz en el mundo.
Cada día, crecía su alegría y su esperanza, porque en su
diario consumirse, encontraba por todas partes velas: velas viejas,
velas hombres, velas mujeres, velas jóvenes, velas recién nacidas... ¡Y
todas bien encendidas!
Cuando presentía que se acercaba el final, porque se había
consumido totalmente al servicio de la luz, identificándose con ella,
dijo con voz muy fuerte y con profunda expresión de satisfacción en su
rostro:
- ¡Es Cristo... quien vive en mí!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario