miércoles, 9 de enero de 2019

La radiante oscuridad

"Me preguntas: ¿Quién ha muerto? ¿Él o tú?
Tu pregunta me inquieta y me pregunto: ¿acaso seré yo?
Me palpo el corazón y siento el golpeo de su tic tac.
Indago en mi mente y me vienen a la memoria las horas más tristes en el tanatorio, compartidas con familiares y amigos, y el cortejo fúnebre camino del cementerio. ¡Era él! ¿Quién si no?
Estoy confuso y me embarga la duda: ¿seguro que solo iba él dentro del cajón de madera o también le acompañaba yo muerto de angustia y de miedo?
Sigo dándole vueltas a los recuerdos de aquel oscuro día para encontrar algo de luz y aclarar el caso porque para mí es de suma importancia saber quién de los dos está, verdaderamente, vivo o muerto.
De lo que estoy seguro es que él se fue.
Se fue…
porque terminó su estancia en esta tierra.
Se fue…
porque se le rompió el cuerpo
y con él ya no podía seguir viviendo.
Se fue…
porque sus antepasados también partieron.
Se fue…
porque había cumplido su misión
y le esperaba la recompensa.
Se fue…
porque Dios estaba esperándolo
desde hacía tiempo
¡y a Dios no se le puede hacer esperar!
Él alcanzo la Luz mientras yo permanezco sumido en
la noche más oscura.
Quiero gritar pero se me ahoga la voz en la garganta.
Quiero rezar y me sale una blasfemia.
Quiero morir y estoy condenado a vivir.
Las lágrimas y la pena me hacen sentir que estoy vivo.
Levanto la cabeza
y veo una estrella parpadeante en el firmamento
y me agarro a ella
como me agarraría, en estos momentos, a un clavo ardiendo.
La muerte me ha revelado un secreto:
que la luz vence a la tiniebla
que el día amanece de noche
que hay vida después de la muerte
que los ausentes están presentes
de otra manera
que Dios nunca deja tirados a sus hijos.
De pronto,
se ha hecho la Luz en mi interior
y veo claramente que:
A veces…
(muchas veces)
nos duele el alma
y hay que inyectarse en vena
sobredosis de fe y esperanza
para frenar la metástasis.
A veces…
(muchas veces)
Dios envía a su ángel de confianza
para levantarnos el ánimo
en los momentos de amargura
y abatimiento.
A veces…
(muchas veces)
hay que decirle a Dios:
“Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz
pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.
A veces…
(muchas veces)
hay que dar gracias a Dios
por los años vividos
por los amores compartidos
por los besos dados
y recibidos.
A veces…
(muchas veces)
hay que morir
para aprender a vivir.
No me preguntes más quién es el muerto, si él o yo,
porque los dos estamos vivos.
Lo sé porque todas las noches,
al irnos a dormir,
nos encontramos en el pasillo del corazón
y, de puntillas, nos besamos el alma.
¡Nunca, como en esos momentos, la oscuridad fue
más radiante!"

del libro "Orar en el Duelo" de Francisco Alvarez y JC José Carlos Bermejo Higuera

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