lunes, 14 de enero de 2019

5 meses

Mi amor:

5 meses han pasado de tu partida...
5 meses sin que estés físicamente entre nosotros...
5 meses viéndote a través de fotos o videos...
5 meses escuchándote en audios o grabaciones varias...
5 meses de extrañarte...
5 meses de dolor...
5 meses de seguir amándote cada vez más...
5 meses en los que me seguís amando cada vez más...

Los últimos 10 días del 2018 fueron, tal vez, los peores de estos 5 meses.
Los primeros 10 días del 2019 fueron, tal vez, los mejores de estos 5 meses.

Al día siguiente del acto académico de Lu, habiendo terminado las clases de ambos, habiendo pasado el viaje de egresados, el torneo de fútbol, el festival, la fiesta de fútbol, los scout... habiendo terminado todas las obligaciones, principalmente la rutina de los chicos y sus eventos especiales, parece que me cayó del todo la ficha. O me aflojé. Fueron más de 4 meses de subir una pendiente empinada en bicicleta y, de repente, es como si hubiese dejado de pedalear. Resultado: pérdida del equilibrio y me encontré cayendo en picada.
A todo eso se sumó que quería finalizar el año habiendo revisado, ordenado, limpiado y filtrado todos los armarios de la casa. Sé que a vos te causaba risa y, cada tanto, te tentabas con retarme. Pero para mí implicó meterme de lleno con el pasado, toparse con toda clase de recuerdos, lidiar con las evocaciones inesperadas y aprender a soltar. Todo eso resultó muy movilizante. Si le sumamos las fiestas y, el nítido recuerdo de lo que vivimos exactamente un año atrás, estábamos a las puertas de un combo explosivo.
En 2017, entre Navidad y Año Nuevo, vivimos una semana muy intensa. El 26/12 fue tu segunda cirugía y el 31 te estaban dando el alta. Haber compartido esas fiestas, con ese proceso en el medio, y con tu intuición que anticipaba despedida, hizo que un año después todo se me hiciera mucho más difícil. Estar en el mismo lugar pero sin vos, fue un golpe durísimo.
Esa semana, a Dios gracias, aparecieron los amigos. Me junté con varios de ellos en 4 días seguidos, uno detrás del otro. El dolor compartido duele menos.
Pero el año nuevo trajo una mirada nueva. Lo simbólico del cambio, del volver a empezar, ayudó. La sesión de terapia del 2/1 y la charla con mi acompañante espiritual el 3/1 fueron clave. Mis espacios de reflexión y oración terminaron de hacer el trabajo.
Experimenté, por primera vez en mi vida, realmente, dos “sensaciones” que me hicieron hacer un click. La primera fue el vacío existencial, y la segunda el deseo de abandonarme en manos de Dios. Te cuento...
Vos sabés, quizás mejor que yo, que siempre tuve varios sueños. Proyectos personales que, al compartirlos con vos, al consensuarlos, se fueron haciendo proyectos de pareja primero, y de familia después. Varios de esos proyectos se fueron cumpliendo, generando nuevos desafíos. Pero despúes del complicado 2014 y el doloroso 2015, cambié la perspectiva. Seguía teniendo proyectos pero se redimensionaban muchísimo al asumir que lo más importante era mi familia, mi hogar. Y sabiendo, deseando, que nuestros hijos maduren y vuelen con sus propias alas, nuestro proyecto de vida, nuestro sueño, pasó a ser envejecer juntos. Claramente que nuestro desarrollo profesional, vocacional, era parte de nuestra felicidad que le daba un lindo sentido al seguir compartiendo la vida. Pero nuestro horizonte, el destino hacia el que caminábamos, era envejecer juntos. “Qué lindo poder caminar de la mano siendo viejitos”, me decías. Recuerdo tus palabras y no puedo evitar las lágrimas.
Ese proyecto de vida explotó por el aire. Fue detonado. Hay proyectos que pueden seguir pendientes y el tiempo dirá si se llegan a llevar a cabo o no. En este caso, ya no hay chance. No hay manera. Y al tomar conciencia, mi vida se quedó sin proyecto y, por ende, sin sentido. “No le encontras sentido a la vida”, me dijo mi terapeuta. ¿Me entendés, mi amor? Quedé tirado, al costado del camino, sin horizonte hacia dónde peregrinar. Y ahí experimenté, hondamente, un vacío existencial.
Pero, gracias a Dios, literal, no todo quedó ahí. La noche del 3, tirado en el patio de mi casa, luego de haber tomado un vasito de vino, y mirando el cielo estrellado, especialmente una estrella, recordé un párrafo de algo que vos habías escrito hace casi 20 años, con apenas 17: “Pero todo esto no tendría sentido si no estuviera Cristo conmigo y si mi objetivo no fuera llegar a la vida eterna”. Y todo se redimensionó. Y me reubicaste. Y todo se acomodó. Y encontré paz.
Y fui viendo muchas señales de cómo nos acercamos mutuamente a Jesús durante toda nuestra vida y, ahora, más allá de esta vida también.Y, finalmente, te convertiste en mi Estrella, la que me orienta, la que me lleva (nuevamente, siempre) a Dios.
Y el mensaje es siempre el mismo: abandonate en las manos de Dios.
Entonces recordé una de esas canciones que me gustaba dedicarte, cantarte, y sobre la que charlamos profundamente hace un año. “Motivos” de Abel Pintos. Y descubrí que hablaba de Vos pero, también, me hablaba de Dios. “Y no me importa para donde vas, yo voy sin mirar atras, si te tengo por delante...”.

Hoy, a 5 meses de tu partida, sólo puedo agradecerte. Gracias por elegirme y dejar que te elija, de una vez y para siempre, hace 21 años, y cada día. Gracias por ayudarme a ser la mejor versión de mí. Gracias por la felicidad vivida y compartida. Gracias por ser mi amiga, novia, esposa, madre de mis hijos, amante y compañera siempre fiel. Gracias por estar siempre y bancarme en todo. Gracias por seguir amándome y permitir que te siga amando. Y gracias por seguir llevándome a Jesús. Porque sin Él, para nosotros, nada tendría sentido...

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