sábado, 15 de agosto de 2020

15 de agosto de 1997

"Días después, el 14 de agosto, muere mi abuelo Antonio, el esposo de Doña Lola. Tenía cáncer y la venía luchando desde hacía varios años. Una metástasis en huesos terminó por matarlo. «Julio te prepara y agosto te lleva», solía decir y tuvo razón. Muerte, cáncer, dolor, un 14 de agosto. Anoten...

Al día siguiente, en la mañana del viernes 15 de agosto, fue el entierro. Por la noche, y con el corazón dolorido, fui a la reunión de JuvenCor. Estuve en el mismo grupo con Vani -quien luego sería una gran amiga- y Ella. El tema a charlar era cuándo acudíamos a Dios, en qué situaciones, por qué razones. Justo venía de la muerte de mi abuelo por lo que me llegó mucho. Vani, en cambio, lo relacionó con sus desventuras amorosas. Había cortado con Alejo, su novio de toda la vida, y casi sin quererlo se había convertido en terreno propicio para mi amigo el picaflor: Mario. Ella, por su parte, nos escuchó a ambos. En realidad, ahora que lo digo, me parece que empezó hablando…

—Che, Tano, ¿qué pasó con tu papá?

—¿Con mi papá?

—Sí. Pasé por la fábrica de pastas, la vi cerrada y leí un cartel que decía: «Estamos con papá».

Ella era de meter la pata cada tanto pero, en este caso, fue un lindo disparador para que cuente lo de mi abuelo. Y a partir de ahí sí nos escuchó.

Cuando finalizó la reunión nos fuimos a cenar a la casa de uno de los pibes. Maxi -el anfitrión-, Celeste –la famosa C-, Mario, Vani, Ella y yo. Podría decirse que fue una salida fundacional. Ahí nació un hermoso grupo de amigos que se hizo subgrupo dentro de la gran comunidad. Y algunos vimos, además, un par de parejas –dos-; pero no todos deseamos las mismas.

Después de comer unas milanesas con papas fritas, y una extensa y entretenida charla, nos volvimos a pie dejando a cada cual en su casa. Maxi ni salió, como era de esperar. Primero acompañamos a Vani y luego a Celeste, quedando Mario, Ella y yo para el final. Salimos de Goya, allá en Floresta, y encaramos para Gualeguaychú y Bacacay. Después bajamos por Segurola hasta Jonte y, finalmente, nos quedamos un rato en Arregui y Cervantes. Ese fue el recorrido, según recuerdo.

—No nos interesa —me cortó el Negro.

Hasta acá parecía un día más. Era bastante común que, una vez finalizadas las salidas, los varones acompañásemos a las chicas hasta sus casas. Se solía dar, por ejemplo, el siguiente diálogo:

(Una chica hablando por teléfono con su madre)

—Ma, ya voy para casa.

—Era hora. Es tardísimo.

—Sí, ma, ya voy.

—¿Sola?

—No, me acompañan los chicos.

—Ah, entonces me quedo tranquila.

Evidentemente, no nos conocía.

Al dejar a Mario en su casa, anteúltima parada del recorrido, y siendo ya más de las cuatro de la mañana, quedamos solamente Ella y yo. Entonces, haciendo gala de caballero, le ofrecí el brazo para llegar caminando hasta su hogar. Ella aceptó gustosa. Quizás nunca la había visto con otros ojos hasta ese momento. Me sentía en las nubes. Caminaba como si fuese por el aire. Desde Cervantes, por Arregui derecho, fuimos hasta Cortina. Unas seis cuadras. Creo que Ella me iba hablando sobre algún tema de bueyes perdidos. No me importó. No podía escucharla. Ese día era la primera vez que llegaba tan tarde a mi casa y, además, enamorado."

(Algo que lo cambió todo, capítulo 4; fragmento... borrador)

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