sábado, 3 de octubre de 2020

Peregrinación Juvenil a Luján (1997)

“Al sábado siguiente, 4 de octubre, era la Peregrinación Juvenil a Luján. Siempre me gustó esa expresión de religiosidad popular y, realmente, quería compartirla con Ella. Mariela nunca había participado y al principio no quería, pero finalmente la convencí. Se hizo desear pero aceptó gustosa. Y me dejó bien en claro que iba por expreso pedido mío. Es que en esa primera carta que le escribí en mi vida, la del retiro de Emaús, le había dicho: «P.D.2: Te pido que vengas a Luján porque para mí es una experiencia muy linda y muy fuerte, y me encantaría compartirla con la gente que más quiero». Yo, por mi parte, le hice una promesa a la Madre del Pueblo, a la Virgencita Lujanera: si algún día, Dios lo permita, nos ponemos de novios con Ella, iría cada aniversario a darle gracias.

El viernes 3 de octubre, un día antes, había sido muy particular porque era la primera vez que la pasaba a buscar, íbamos solos caminando hasta el cole, participábamos de la reunión, nos íbamos solos antes de que termine, y también nos volvíamos caminando juntos hasta su casa. «¿La carta habrá causado el efecto deseado?», me preguntaba.

Finalmente, ese sábado a la mañana salimos en Peregrinación. Nos encontramos en la Parroquia San Rafael y, después de las clásicas recomendaciones e indicaciones, empezamos a caminar. Fuimos hasta San Cayetano de Liniers y nos sumamos a la gran columna que ya había iniciado el recorrido unas horas antes, y parecía no tener fin. Al rato de estar pateando por Rivadavia se largó una lluvia torrencial. Nos empapamos de inmediato pero seguimos caminando. Y al llegar a la primera parada del recorrido, en Morón, los responsables parroquiales nos dijeron que debíamos volver.

— Ni loco —dije—. Nosotros seguimos...

— Los micros ya están viniendo. El que sigue, lo hace por su cuenta. Los menores no tienen opción.

Estaba hablando de nosotros. Yo tenía diecisiete, y era el mayor de nuestro grupo de amigos. Ella tenía quince, y era la más chica. Por lo tanto, a la tarde ya estábamos en nuestros hogares, molestos, mojados e indignados.”

(Fragmento borrador de “Vale la pena”, capítulo 15)

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