Es 12 de febrero de 2018. Me
dispongo a preparar la cena para los cuatro y, al abrir la heladera, encuentro
zanahorias y unas costillitas de cerdo. Y en ese momento comprendo todo. En un
instante -mágico- viajo 20 años al pasado. Y recuerdo. Y vuelvo a pasar
por el corazón. Y sonrío, cerrando los ojos.
Sin moverme de la cocina, y después
de prender el fuego, tomo el celular y le mando un correo. Le iba a mandar un
mensaje de whatsapp, pero la ansiedad de esperar los dos tildes azules me iba a
alterar, una vez más. Y le escribo. Pongo de asunto “12/02/98”. Y empiezo con un “Hace
20 años...”, para cerrar diciendo: “Y
hoy, 20 años después, sin darme cuenta, me encuentro cocinando... Bueno. Vos ya
sabés... TE AMO Javi”. En el medio le copio un fragmento de la
opereta “Por el Amor de Mary” (que compuse para ella y le regalé en mayo de
2003) donde narraba lo sucedido aquel día. Su respuesta es inmediata, algo muy
raro en ella: “Ya lo sabía. Por eso
compré costillitas con zanahoria. Jiji”.
Hoy es 12 de febrero de 2023. Han
pasado 25 años de aquella primera cena juntos, a solas, cuyo plato principal –y
único- fueron unas costillitas de cerdo con ensalada de zanahoria rallada. Y
también pasaron exactamente 5 años de aquel intercambio de mails. Ese último 12
de febrero compartido, algo que en ese momento siquiera imaginaba, 20 años
después de aquel 12 de febrero mágico, me dejó de regalo un recuerdo cómplice,
tierno, romántico, feliz, como una muestra más de nuestro amor, de nuestra
hermosa vida juntos.
¿Qué pasó el 12 de febrero de 1998?
En la famosa y extensa carta que Mary
me escribió para la Navidad de 2002, y me terminó entregando a principios del
2003, contaba:
“El
12/02 mi hermano al vernos conversar en la puerta de casa te invitó a cenar y
te hice costillitas de cerdo a la plancha con ensalada de zanahoria. Después de
que mi hermano se fuera a dormir, vos te ibas y nos quedamos hablando en la
puerta como muchas otras veces, pero esta tuvo algo especial porque en un
momento quedamos más cerca de lo que nunca habíamos quedado, casi podíamos sentir
nuestras respiraciones y nuestros corazones latiendo más fuerte que nunca, pero
todavía no entiendo por qué no te animaste a besarme y como te sentiste tan
cerca te separaste y creo que te fuiste.”
En “Vale la pena (diario de alguien
que ama)”, lo narro con mucho más detalle. Al ser el capítulo 69 de la novela,
sobre 72 que tiene en total, transcribirlo en este posteo se convertiría en un
gran spoiler. Aunque, ahora que lo pienso bien, mi vida es el spoiler de esta
historia de amor.
Ese
12/2 faltaba menos de una semana para el 18/2/98, día de nuestro primer beso,
día que nos pusimos de novios, mojón fundamental en esta historia de amor que
ya lleva 25 años... y se volvió eterna.
69
Es jueves 12 de
febrero. Mi viejo me llevó desde la quinta hasta la estación y ahora estoy en
el tren, viajando desde Moreno. Pensaba quedarme hasta marzo pero en estos
últimos dos días no pude dejar de pensar en Mariela. Y tomé una decisión:
volver.
Ya estoy llegando a
Morón. Son más de las seis de la tarde, quizás cerca de las siete. Ella no sabe
que estoy volviendo. No hablamos luego de que me cortara el teléfono aquella
madrugada. Apuesto lo que sea a que se quedó enojada. Muy enojada. A lo Mariela.
En la charla del lunes por la tarde me dio a entender que, al regresar de
Córdoba, quería recuperar el tiempo perdido conmigo. Yo también, con Ella. Pero
ninguno supo comunicarlo bien.
Ramos Mejía. Falta
poco. El viaje en tren me ayuda a pensar. ¿Qué le voy a decir? Sin dudas se va
a sorprender. Espero que para bien. ¿Cómo reaccionará? ¿En qué situación
estamos ahora? El nueve las cosas quedaron de diez, pero la última conversación
–la telefónica- no terminó de la mejor manera. ¿Ella esperaba que me quedara?
Ella esperaba que me quedara. Y yo me fui. Ella no espera que vuelva antes de
marzo. Y estoy volviendo al tercer día.
Liniers. Bajo del
tren. ¿Camino o me tomo el colectivo? Camino. Hago unas quince cuadras, tal vez
veinte, y llego a casa. Con toda mi familia en la quinta, disfruto de la paz
que me da la soledad. Paz que dura un rato. No sirvo para estar solo. No me
gusta. No sé qué me pasará cuando tenga cuarenta pero a los diecisiete –casi
dieciocho- no me gusta estar solo mucho tiempo.
Me baño mientras
escucho música o escucho música mientras me baño. No sé por qué no estamos de acuerdo y llegamos a mejor puerto, nosotros
nos merecemos aquello que hacemos. Mis amigos me dijeron Jero –siempre piso
esta parte de la canción- no te enamores
la primera vez, y no les hice caso. Me seco. Me pongo desodorante. Me
visto. Me voy a su casa.
—Soy yo —respondo a la
pregunta sobre mi identidad que realizan del otro lado de la puerta.
Silencio. Reconocí su
voz al preguntar. Ella seguro que reconoció la mía al responder. Se hace una
pausa que dura demasiado. ¿Qué pasará por su cabeza? Y más importante todavía…
¿qué pasará por su corazón? Desearía poder verle la cara. Se abre la puerta y
sale.
—¿Qué hacés acá?
—Epa. ¿Así me recibís?
—Perdón. Es que me
hice la idea de que no te iba a volver a ver hasta marzo.
—Yo también me hice
esa idea y no pude soportarlo. Por eso vine.
Una hermosa sonrisa
amanece en su rostro. Sus ojos vuelven a brillar e iluminan mi vida.
—¿Volviste por mí?
—Obvio. Solo por vos.
Las comisuras de sus
labios intentan llegar a sus ojos cada una por su lado. No puede parar de
sonreír. Y yo la admiro embobado. Es tan linda, tan bella. Es preciosa.
—No se queden en la
calle —dice Sebastián, asomándose por la puerta—. ¿Por qué no lo invitas a
cenar? —le dice a su hermana. Y entra.
—¿Querés? —me pregunta
Mariela muy entusiasmada, sin poder contener del todo la alegría que lleva a su
cuerpo a moverse sin sentido.
—¿Cenar con vos? No
debe haber mejor plan en el universo.
Entramos. Sus viejos
ya están acostados porque comieron más temprano. Julián está durmiendo en su
habitación. Sebastián me da charla en el comedor mientras Mariela está en la
cocina.
—Listo. Ya te podés ir —le dice a su hermano,
tan seca y cortante como puede serlo cuando quiere.
—¿Por qué? Es mi amigo
y fue idea mía que se quede —le responde Seba.
No sé dónde meterme.
Estoy en el medio de una batalla que puede convertirse en guerra de un momento
a otro. Elijo el silencio y pispeo la puerta por si tengo que salir rajando.
—Por favor, hermanito
del alma, ¿podrías dejarnos cenar solos que tenemos cosas importantes que
charlar? —dice Mariela en un tono sobreactuado que, a su manera, indica que
está levantando una bandera blanca.
—Si me lo pedís así,
sí. Los dejo. Pero tratalo bien al Tano que es amigo mío, eh. Y lo quiero —dice
Sebastián mientras se va retirando muy despacio, con una risita pícara.
Quedamos solos. La
quiero ayudar a servir la comida y no me deja. Cocinó unas costillitas de cerdo
y preparó una rica ensalada de zanahoria rallada. Aprovecho que está con los
platos y le sirvo agua en su vaso, como para hacer algo.
—Me sorprendió. Pensé
que no se iba a ir —comenta.
No se lo digo, pero
pensé lo mismo. A esta altura, su hermano mayor, mi compañero de curso, ya sabe
lo que pasa –o no pasa- entre nosotros. Por eso interpreto su retirada como un
guiño. En tres días se resolvieron dos complicaciones: Daniela y Sebastián.
—Deliciosa —le digo,
haciendo referencia a la comida.
—¿Te gusta?
«Vos me gustas», casi
le digo. Pero no me animo. Quizás ese sea el último obstáculo a superar. Su
amiga ya no gusta de mí. Su hermano no se opone a nuestra relación. Mi rival se
fue derrotado. Mi autoestima está en su punto máximo. Tomé una decisión y estoy
dispuesto a jugarme por amor. Solo me falta animarme y actuar.
—Sí. Riquísima.
—Menos mal que
llegaste a tiempo, entonces. Porque estaba esperando a mi otro novio.
«Otro». Dijo «otro».
Ayúdame, Freud. Si esto no es un acto fallido, qué es. Ella también nota su lapsus linguae y yo agradezco haber
prestado atención a las clases de psicología. En su inconsciente ya soy su
novio, pero yo quiero besos conscientes. Se puso colorada. Yo sostengo el
silencio para que ambos, a la vez, suframos este incómodo momento. ¿Qué sigue
ahora? ¿Qué debo decir? ¿Qué debo hacer?
—Ayúdame, Freud —comienzo a cantar, imitando la voz de Arjona. Ella
ríe. Nos distendemos.
Seguimos charlando y
solo conversamos sobre trivialidades. Llenamos el silencio con palabras.
Sabemos que hay clima de algo pendiente en el aire y ninguno se atreve a hablar
de lo que hay que hablar. O dejar de hablar y actuar. ¿Acaso debiera ser yo el
que empiece? No lo sé. Supongo que sí. Pero… ¿por qué? Ya me rebotó un par de
veces. ¿Y si estoy interpretando todo mal? ¿Y si solo veo lo que quiero ver?
¿Es eso posible?
Finaliza la sobremesa, salimos para despedirnos y nos
quedamos charlando en el portón de su casa, como tantas otras veces... pero
diferente. Yo estoy apoyado en el marco de la puerta y Ella, a corta distancia,
amenazante. Se acerca aún más. Nuestras bocas quedan muy cerca, los latidos de
mi corazón se aceleran, se escuchan las tensas respiraciones, nuestras miradas
quedan fijas en los ojos del otro, como haciendo una pausa, imaginando el
segundo siguiente, intuyéndolo, esperándolo, deseándolo, y solo pienso en
comerle la boca, en comerle el corazón a besos. Pero no, todavía no. Casi
temblando me despido con un simple beso en la mejilla y me voy para mi casa.