jueves, 15 de agosto de 2019

15 de agosto del 97

Al día siguiente, en la mañana del viernes 15 de agosto, fue el entierro de mi abuelo. Por la noche, y con el corazón dolorido, fui a la reunión de JuvenCor. Estuve en el mismo grupo con Vani (quien luego sería mi amiga) y Ella. El tema era cuándo recurríamos a Dios. Justo venía de la muerte de mi abuelo por lo que el tema me llegó mucho...
Cuando finalizó la reunión nos fuimos a cenar a la casa de uno de los pibes... Después de comer nos volvimos caminando dejando a cada cual en su casa... Hasta aquí parecía un día más. Era bastante común que, una vez finalizadas las salidas, los hombres acompañásemos a las chicas hasta sus casas. Era normal el siguiente diálogo.
(Una chica hablando por teléfono con su madre)
-Má, ya voy para casa.
-Era hora. Es tardísimo.
-Sí, má, ya voy.
-¿Sola?
-No, me acompañan los chicos.
-Ah, entonces me quedo tranquila.
Evidentemente, no nos conocía.
Al dejar a mi amigo en su casa, anteúltima parada del recorrido, quedamos solamente Ella y yo. Entonces, haciendo gala de caballero, la tomé del brazo para llegar caminando hasta su casa. Nunca la había visto con otros ojos hasta ese momento. Me sentía en las nubes. Caminaba como si fuese por el aire. Creo que Ella me iba hablando sobre algún tema de bueyes perdidos. No me importó. No podía escucharla. Ese día era la primera vez que llegaba tan tarde a mi casa y encima enamorado.
-Un día muy especial -dijo el Monje.
-Un día para celebrar -agregó el Negro.
Lo vi venir. No quise evitarlo. El Nacho me sopló al oído.

(Extractos de la novela "Sueño de una noche estrellada de verano")

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