Esa foto, esa cámara, ese álbum
dan cuenta de uno de los primeros registros de nuestra vida en común. Esa es la
primera foto en la que aparecemos juntos… aunque decir “juntos” es un montón.
Estamos uno de cada lado, a ambos extremos de la imagen. Yo acostado, con un
buzo arremangado (¿por qué yo estaría usando abrigo?), y ese corte raya al
medio que –afortunadamente- duró poquito tiempo. Ella… tan Ella. Brilla, sonríe…
como (casi) siempre lo hizo. Presto atención y la verdad es que la calidad del
revelado no ayuda, o con el tiempo fue perdiendo nitidez como suele suceder con
los recuerdos… sin embargo puedo imaginarme su rostro aunque no se vea tan
claro en la foto.
Hace exactamente 24 años, un 3 de
mayo del 97, aparecía este primer momento juntos del que tenemos registro. “¿Por
qué decís «del que tienen registro»?”, me preguntó Nico en la cena, hace un
rato, mientras daba cuenta de esta misma historia. “Porque es muy probable que
nos hayamos encontrado otras veces antes, sin saberlo”, le dije. Y puse de
ejemplo alguna misa en Ntra. Sra. de la Salud, algún acto escolar de su hermano
(mi cuñado y compañero de colegio), algún cruce ocasional por las calles del
barrio, en un local, o lo que siempre dijimos: esos arbustos mágicos,
laberínticos, de la Plaza Ciudad de Banff donde solíamos escondernos de niños.
Acá sigue esta foto, en este álbum, y con la cámara (cual antigüedad adornando una de las tantas bibliotecas de la casa). Acá sigue el recuerdo. Y acá sigue Ella, haciéndose presente a cada momento de esta vida, de nuestra vida, de este seguir caminando hasta que volvamos a encontrarnos y poder tomarnos unos mates para continuar regalándonos tantas historias compartidas.
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