jueves, 1 de noviembre de 2018

Hace exactamente 21 años...

Comparto otro fragmento de la novela, que avanza sin prisa pero sin pausa:
 
Quince días antes habían comenzado lo que llamé las Dos Semanas Fatales. Ella me trataba muy mal, me ignoraba, me despreciaba, me esquivaba, me evitaba. No quería que la acompañe a la casa ni que la pase a buscar. Toda esta situación me estaba destruyendo. Pero llegó el 1º de noviembre.
Ese día se había cortado la luz en su casa y Ella estaba sola con Celeste, su amiga. Porque tenían miedo o para hacerme gancho, o para cualquier otra cosa, me llamó a mi casa. Me puso al tanto de la situación y me pidió que vaya para allá. Llegué en un santiamén (vivía a la vuelta) y me quedé un rato con ellas. Pero, lamentablemente, Celeste se tenía que ir.
-Quedáte –decía ella.
-Quiero, pero no puedo –contestaba Celeste.
Yo festejaba.
-Bueno, te acompañamos a la parada del colectivo –dijo Ella.
-¿Acompañamos? –dije.
-Sí –contestó.
Y fuimos.
...
Cuando partió el bondi de la 106 hice un ademán de acompañarla nuevamente a su casa, pero me frenó en seco:
-¿Dónde vas?.
-A tu casa –dije fingiendo ser un comentario casual.
-A tu casa –dijo Ella haciendo énfasis en el “tu”.
Luego de Dos Semanas Fatales acumulando maltratos, pero con mi amor por Ella intacto, me decidí, la encaré y le pregunté. Ella, lacónicamente, me respondió que sí.
-¿Qué le preguntó? –dijo al pasar el Nacho.
-Ah, cierto, no dije la pregunta. Me decidí, la encaré y le pregunté: “¿Me estás cortando el rostro?”. Y respondió que sí.
-Boing boing –volvió a onomatopeyar el Negro.
-Lo rebotó –aclaró el Nacho.
-Exactamente. Ese 1º de noviembre fue el día del rebote oficial –dije.
-Continúe con la historia que ya amanece –me alentó el Monje.
Pero aquel día no terminó ahí. Volvimos a su casa y continuaba sin luz. Nos sentamos en dos sillones enfrentados y continuamos hablando, debíamos aclarar las cosas para ver qué sucedería de ahí en más. Ella, mientras más me hacía sufrir con sus verdades (no te quiero, nunca te quise, jamás te querré, te pensaste cualquiera, no me gustás, nunca me gustaste, jamás me gustarás y otras por el estilo) se divertía jugando con una linternita (única luz de la casa) que encendía y apagaba. En un momento de furia pensé en violarla y matarla.
-¿En serio? –preguntó el Monje mientras se alejaba.
-No, era un chiste –dije molesto por tener que aclararlo.
Luego de un par de horas charlando llamó el padre y, según me contó luego, se produjo el siguiente diálogo:
-¿Cómo va hija?.
-Bien, pero se cortó la luz.
-Está bien, entonces en un rato voy para allá.
-No te preocupes que estoy con Javier.
-Ya voy para allá.
Y yo salí rajando.

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