Comparto otro fragmento de la novela, que avanza sin prisa pero sin pausa:
Quince días antes habían comenzado lo que llamé las Dos Semanas
Fatales. Ella me trataba muy mal, me ignoraba, me despreciaba, me
esquivaba, me evitaba. No quería que la acompañe a la casa ni que
la pase a buscar. Toda esta situación me estaba destruyendo. Pero
llegó el 1º de noviembre.
Ese día se había cortado la luz en su casa y Ella estaba sola con
Celeste, su amiga. Porque tenían miedo o para hacerme gancho, o para
cualquier otra cosa, me llamó a mi casa. Me puso al tanto de la
situación y me pidió que vaya para allá. Llegué en un santiamén
(vivía a la vuelta) y me quedé un rato con ellas. Pero,
lamentablemente, Celeste se tenía que ir.
-Quedáte –decía ella.
-Quiero, pero no puedo –contestaba Celeste.
Yo festejaba.
-Bueno, te acompañamos a la parada del colectivo –dijo Ella.
-¿Acompañamos? –dije.
-Sí –contestó.
Y fuimos.
...
Cuando partió el bondi de la 106 hice un ademán de acompañarla
nuevamente a su casa, pero me frenó en seco:
-¿Dónde vas?.
-A tu casa –dije fingiendo ser un comentario casual.
-A tu casa –dijo Ella haciendo énfasis en el “tu”.
Luego de Dos Semanas Fatales acumulando maltratos, pero con mi amor
por Ella intacto, me decidí, la encaré y le pregunté. Ella,
lacónicamente, me respondió que sí.
-¿Qué le preguntó? –dijo al pasar el Nacho.
-Ah, cierto, no dije la pregunta. Me decidí, la encaré y le
pregunté: “¿Me estás cortando el rostro?”. Y respondió que sí.
-Boing
boing –volvió a onomatopeyar el Negro.
-Lo rebotó –aclaró el Nacho.
-Exactamente. Ese 1º de noviembre fue el día del rebote oficial
–dije.
-Continúe con la historia que ya amanece –me alentó el Monje.
Pero aquel día no terminó ahí. Volvimos a su casa y continuaba
sin luz. Nos sentamos en dos sillones enfrentados y continuamos
hablando, debíamos aclarar las cosas para ver qué sucedería de ahí
en más. Ella, mientras más me hacía sufrir con sus verdades (no te
quiero, nunca te quise, jamás te querré, te pensaste cualquiera, no
me gustás, nunca me gustaste, jamás me gustarás y otras por el
estilo) se divertía jugando con una linternita (única luz de la
casa) que encendía y apagaba. En un momento de furia pensé en
violarla y matarla.
-¿En serio? –preguntó el Monje mientras se alejaba.
-No, era un chiste –dije molesto por tener que aclararlo.
Luego de un par de horas charlando llamó el padre y, según me
contó luego, se produjo el siguiente diálogo:
-¿Cómo va hija?.
-Bien, pero se cortó la luz.
-Está bien, entonces en un rato voy para allá.
-No te preocupes que estoy con Javier.
-Ya voy para allá.
Y yo salí rajando.
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