Mary:
Encontré este "texto" que te escribí en tu carpeta de la Pascua Juvenil Corazonista que compartimos en 1999. Si bien ya habíamos participado juntos el año anterior, con apenas mes y medio de novios, ésta fue muy diferente. Siempre la consideramos como uno de los momentos fuertes, fundantes, de nuestra relación.
Luego de aquel retiro, y por varios años, llevamos ambos la cruz que nos dieron en la misa de cierre. Y releyendo cartas, me recordaste que una de las tantas cosas que hacíamos para extrañarnos menos era tomar esa cruz y ponerla en el corazón. Al mes de tu partida, habiendo releído eso, comencé a usar nuevamente esa cruz, que guardamos con veneración, y cada tanto, bastante seguido, la tomo entre mis manos y la pongo en mi corazón.
Pero lo que más me impactó fue releer eso de "aunque vos pienses que yo soy el que te acerca a Jesús...". Esa misma idea aparece en varias de tus cartas. Y sé bien por qué lo decías. Pero en estos meses, te lo aseguro, me dí cuenta que sos vos la que me acerca a Jesús. Siempre fuimos creyentes. Vivimos un noviazgo teniendo muy claro que era el Amor de Dios lo que nos unía. Así preparamos el sacramento de nuestro matrimonio. Y así llegaron nuestros hijos, como bendición de Dios. Pero tu partida, el cómo viviste tu paso de esta vida terrenal a la vida eterna, me volvió a convertir. Y experimentar la comunión de los santos con vos, saber que a veces no soy yo sino que sos vos quién vive en mí, me hace experienciar la presencia de Dios como nunca antes en mi vida. Me enciende una llama que se hace eco de nuestros años de adolescencia y esa vivencia de la fe. Me brota de las entrañas las ganas de gustar y saborear las cosas de Dios. Y nace en mí un deseo, casi por primera vez, de abandonarme en las manos de Dios... Visto desde la eternidad, en el mismo instante nos acercamos a Jesús mutuamente. Y es la mejor manera de amarnos, sin duda. Gracias, mi amor.
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