sábado, 20 de abril de 2019

Mi vida es un Sábado Santo...

En mi adolescencia, hace ya 20 años, solía participar en (y hasta organizar, animar) esos retiros llamados "Pascua Juvenil" y que suelen hacerse durante Jueves, Viernes y Sábado Santo.
Cada día tenía su sentido, su simbolismo, y se buscaba ponerse en el lugar de Jesús durante su Pasión, en el rol de quienes acompañaban, e intentar ver cómo vivirlo hoy en día. Constaba de muchos momentos de reflexión y oración, donde realmente terminabas (re)viviendo la Semana Santa.
Y recuerdo que el Sábado Santo, tercer y último día del retiro, tenía un "nosequé" especial. El Jueves teníamos el Lavatorio de los Pies, la Institución de la Eucaristía, la Oración en Getsemaní, la Visita a las 7 Iglesias... El Viernes era el día de la Muerte de Jesús. Un día de tristeza, dolor, angustia, y como tal se vivía. Pero el Sábado... el Sábado era un día vacío. Jesús estaba muerto y todavía no había resucitado. Recuerdo que, al armar ese día, debatíamos cómo presentarlo. Día de "espera activa", "silencio esperanzado", "alegría contenida"... Un poco de todo eso. 
Sentimientos encontrados. ¿Cómo pueden convivir la tristeza por la muerte y la alegría por la promesa de la resurrección?, me preguntaba por aquel entonces. Hoy lo sé, porque lo vivo todos y cada uno de los días.
Mi vida es un Sábado Santo. "No sé el porqué de tu partida, pero tengo certeza del reencuentro", le escribí a Mary hace varios meses. Y es así. La muerte irrumpió misteriosa, con mucho dolor, mucha tristeza, mucha angustia. Pero la esperanza de la resurrección prometida me convierte en peregrino que sigue caminando, viviendo, siguiendo mi estrella, acompañado por mi ángel. Y hacia allá vamos, en familia, con amigos...
Lo cierto es que el Sábado Santo es también día de Vigilia Pascual. En aquellos retiros, luego de la noche del jueves, y todo el viernes, nos llevaba la mañana del sábado acomodarnos a este nuevo clima. Pero después del almuerzo ya empezábamos a preparar la Fiesta de la Pascua que íbamos a celebrar en la Misa de la Noche, en la Vigilia Pascual. Y ya empezábamos a saborear, a vivir, la alegría de la Resurrección. En la puerta del sepulcro. Junto al silencio de María. A pesar del miedo de los discípulos. Pero con la Fe convencida de aquel que cree que la promesa ya está siendo realidad y con esa Esperanza que no defrauda.
Y por eso mi vida es un Sábado Santo.


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