“Sólo porque te amo”
reza la dedicatoria. Esa que veo al abrir el libro cada vez que me
dispongo a leerlo. Esa que habita esas páginas desde hace casi
dieciseis años. Esa dedicatoria que leí aquella vez, al recibir el
regalo, sin saber bien porqué pero comprendiendo que la respuesta
estaba en el regalo mismo. “Sólo porque te amo”.
En estos días,
reordenando bibliotecas, (me) lo encontré nuevamente. Ya lo había
ubicado en el verano queriendo leer algo del escritor ruso. Y en
estos días leí que lo citaba el Papa Francisco en alguna
entrevista. “Quiero leerlo”, me dije casi de modo imperativo.
Para darle contexto, algo
que suelo hacer, busqué en internet sobre la obra. “Fue escrita en
un momento en el que el autor padecía grandes trastornos emocionales
producto del fallecimiento de su esposa María...”, leo en
wikipedia. Y acuso el golpe. Ella no lo sabía cuando me lo regaló...
y yo tampoco, hasta hoy.
Comienzo a leerlo. Media
carilla y el tono autobiográfico me convoca. Linkeo con mi blog:
“Diario del alma, el corazón, de una persona...”. Doy vuelta la
hoja y... “Ahora tengo cuarenta”. El personaje principal me
interpela. Tiene mi edad. Y lo escribe un autor que acaba de
experimentar la dolora muerte de su joven esposa.
¿Mary me regaló ese
libro poco antes de casarnos por alguna misteriosa señal que yo
interpretaría muchos años después cuando Ella ya no estuviera a mi
lado? No lo sé ni lo sabré jamás. Posiblemente no. Lo que sí sé,
y es una convicción que me acompañará toda mi vida, es que me lo
regaló solamente porque me amaba... Amor que no necesita otra
explicación más allá de sí. Que se manifestó en ese libro como
en tantos gestos, tantas palabras, tantos hechos, y de tantas otras
maneras. Ella lo escribió y lo dejó ahí para siempre. Para cuando
quiera volver a hojear esa primera página del libro o, simplemente,
recordarlo. Y no necesito saber nada más.
Y vuelvo a leer su letra.
Y vuelvo a escuchar su voz. Así, en presente. “Sólo porque te
amo”.
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