Al día siguiente, en la mañana del viernes 15 de agosto, fue el
entierro de mi abuelo. Por la noche, y con el corazón dolorido, fui a la reunión
de JuvenCor. Estuve en el mismo grupo con Vani (quien luego sería mi
amiga) y Ella. El tema era cuándo recurríamos a Dios. Justo venía
de la muerte de mi abuelo por lo que el tema me llegó mucho...
Cuando finalizó la reunión nos fuimos a cenar a la casa de uno de
los pibes... Después de comer nos volvimos
caminando dejando a cada cual en su casa...
Hasta aquí parecía un día más. Era bastante común que, una vez
finalizadas las salidas, los hombres acompañásemos a las chicas
hasta sus casas. Era normal el siguiente diálogo.
(Una chica
hablando por teléfono con su madre)
-Má,
ya voy para casa.
-Era hora. Es
tardísimo.
-Sí, má, ya
voy.
-¿Sola?
-No, me
acompañan los chicos.
-Ah, entonces me quedo
tranquila.
Evidentemente, no nos
conocía.
Al
dejar a mi amigo en su casa, anteúltima parada del recorrido, quedamos
solamente Ella y yo. Entonces, haciendo gala de caballero, la tomé
del brazo para llegar caminando hasta su casa. Nunca la había visto
con otros ojos hasta ese momento. Me sentía en las nubes. Caminaba
como si fuese por el aire. Creo que Ella me iba hablando sobre algún
tema de bueyes perdidos. No me importó. No podía escucharla. Ese
día era la primera vez que llegaba tan tarde a mi casa y encima
enamorado.
-Un día muy especial -dijo
el Monje.
-Un día para celebrar
-agregó el Negro.
Lo vi venir. No quise
evitarlo. El Nacho me sopló al oído.
(Extractos de la novela "Sueño de una noche estrellada de verano")
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